jueves, 11 de septiembre de 2008

El mundo de Daniela(*)

- ¡ Daniela, se hace tarde! ¡Ya tenemos que ir! – le dijo la mamá
- ¡Enseguida estoy lista, mamá! – le respondió Daniela
Daniela se puso su vestido de tules, organzas, sedas y encaje largo hasta el piso, lleno de puntillas blancas flotando sobre la seda rosada como los pétalos de una flor, y agitó sus largas mangas de tul para ajustarse su corona de diamantes y rubíes sobre su hermoso cabello largo. Se ajustó el moño de raso en su cintura, se levantó de su cama gigante con sábanas de raso rosado y tules colgando del baldaquín, y caminó sobre una mullida alfombra color rosa hasta el tocador de mármol blanco con un enorme espejo con marcos dorados con capullos tallados, rodeado de cajoncitos llenos de pulseras, collares y hebillas hechos con piedras preciosas. Se cepilló el pelo con un cepillo de cristal cuidando de no cambiar de sitio su corona ni de volcar los jarrones repletos de flores perfumadas, y se puso un collar de zafiros que hacía juego con sus anillos. Cerró la puerta de su gigantesco armario espejado lleno de más de mil vestidos de princesa distintos, y saludo con un silbido a su pareja de faisanes dorados y acaricio a su cachorro de tigre albino. Luego atravesó con sus botitas de brocato de seda blanca el inmenso ventanal con paneles de cristal biselado que hacían que la luz se convirtiera en miles de minúsculos arcoiris, y vio el agua de la fuente de cristal chocar sobre piedras doradas, sobresaltando a los peces dorados y a los cisnes que habitaban el estanque. Bellos nenúfares de color blanco incandescente flotaban sobre el agua y llenaban de perfume el aire matinal.
Daniela caminó hacia una sombrilla de encaje de color lila, llena de diamantes que colgaban a sus lados, y se sentó en una silla dorada con un bonito almohadón de seda color marfil. Vio que sobre la mesa con un hermoso mantel bordado con flores amarillas había una juego de te de porcelana con corazones dorados entrelazados con flores.
De pronto llegó un camarero vestido de príncipe con un sombrero con una enorme pluma azul, quien le trajo en bandeja de plata un tazón de porcelana con forma de gato y un fragante chocolate caliente en él, junto con una fuente repleta de churros azucarados. Un ruiseñor se acercó a comer las miguitas que dejaba Daniela y se puso a contar tan bellamente que atrajo a cuatro pavos reales que abrieron sus colas ante Daniela, como pidiendo ellos también alguna miga.
Daniela comió los churros, bebió el chocolate, y el camarero le trajo una fuente enorme llena de pastas de chocolate rellenas de nata batida, y tarteletas repletas de fresas glaseadas y frambuesas bañadas en un exquisito chocolate con almendras fileteadas. Daniela comió todos los que pudo, se lamió los dedos uno por uno, se limpió con una servilleta de un finísimo hilo que olía a fresias y se puso unos largos guantes de encaje rosado. Luego tomo su bolso, bajo los escalones de su palacio y recorrió de punta a punta el parque lleno de rosas y jazmines. A su paso, sus mascotas venían a saludarla: su pony rosado su caballo blanco de largas crines sedosas, tres venados, sus ardillas, su tejón, su tigre albino, una familia de cisnes y sus dos flamencos favoritos la siguieron hasta el gigantesco portón de rejas dorado que separaba su palacio del mundo real. Una vez en la calle, camino sobre una alfombra de terciopelo rojo con bailarinas clásicas danzando a cada lado de la calle, al ritmo de dos orquestas sinfónicas que tocaba una música preciosa al mismo ritmo del paso de Daniela .Unos cortinados gigantes y antorchas con llamas inmensas hasta el cielo marcaban el camino. En la esquina, había arañas de cristal que reflejaban el fuego de las antorchas, y el de un inmenso hogar que ardía debajo de ellas. Dos leones blancos la saludaron con un rugido al cruzar la calle, y ella entró a la avenida saltando muy alegre a algo que parecía un fastuoso circo.
Unos payasos le regalaban papas fritas a todo el mundo y unos magos hacían trucos increíbles a su paso, haciendo aparecer preciosos conejos de angora que le regalaban a Daniela, a la vez que soltaban mariposas multicolores que salían de a cientos de sus galeras. Daniela se deslumbraba con las piruetas que hacían los saltimbanquis hamacándose en el aire, vestidos con impactantes trajes brillantes y capas metalizadas. Había bellísimas odaliscas bailando la danza de los siete velos junto a canastas de donde asomaban cobras ondulándose como ellas. Levantó la mirada y vio a unos equilibristas caminando por la cuerda floja a cientos de metros de altura de una piscina de aguas danzantes que subían o bajaban al ritmo de la música. Unos malabaristas sostenían decenas de globos metalizados en el aire, leves como burbujas, y había animales amaestrados haciendo hazañas asombrosas.
Daniela cruzó la calle y entró a una plaza donde todo era de color rosa, con fuentes de zumo de frambuesa, bancos de merengue y senderos de praliné. Al cruzar la plaza, una bandada de palomas también rosadas echaron a volar formando una nube también de color rosa. Los árboles tenían fragantes flores rosadas que daban sombra a una casita de chocolate comestible que era un puesto donde regalaba golosinas de lo más variadas .Los chicos iban comiendo las ventanas de caramelo, los canteros de confites y las tejas de chocolate con cereal… pero Daniela quedó deslumbrada con golosinas originalísimas. Había una que era como polvo de estrellas verdes que estallaba en su lengua con sabor a coco y miel. Otra era un rollo de diez metros de goma de mascar en una fina tira sabor melón y miel. También había spaghettis masticables de sabor a pizza, burbujas de caramelo que al morderlas soltaban un humo con sabor a piña y coco. Tenían unas brillantes perlas de durazno con sensación de nata en la boca, unas rosas glaceadas con sabor a jazmines y cocacola, unos cubos de hielo de limón con forma de beso, cápsulas con forma de osos rellenas con crema de castañas asadas, y unas paletas heladas con sabor a patatas fritas y bacon.
Llenó su bolso con estas delicias, y quiso buscar la parada del autobús. Pero en su lugar vio una carroza de cristal, con un mullido edredón dorado adentro, tirada por tres filas de caballos blancos con lazos rosados atados a sus crines. Un lacayo vestido de blanco la invitó a subir. Ella subió y recorrió una avenida que tenía el suelo tornasolado y de madreperla, brillando al sol como una enorme arcoiris, con colores que se movían según como se moviera Daniela. Adentro de la carroza había pajarillos multicolores sueltos, que viajaban contigo, se posaban en tu pelo y te alegraban el viaje con sus trinos musicales y con su vistoso plumaje. También había un grifo en la carroza de donde salían batidos de leche chocolatada helada y espumosa. Daniela se sirvió un batido en una copa de cristal tallado con cigüeñas, y escuchó un rumor fuera de la carroza. Se asomó a observar a través del cristal de la carroza que una multitud de gente arrojaba flores, agitaba banderines y lanzaban papel picado y besos a su paso. Un joven muy guapo salió de la multitud para regalarle a Daniela una caja de bombones y un ramo enorme de fragantes rosas rojas.
La carroza se detuvo ante un palacio rosado con ventanas color oro y tejados de color lila, de donde salían risas y música. Daniela entró y se encontró rodeada de niñas, cada una llevando un vestido distinto, y todos hermosos y exóticamente repletos de encajes, organizas, sedas y piedras preciosas. Todas la invitaron a una sala donde estaban bailando con largas polleras de tul con brillantina al son de una orquesta que tocaba en vivo una música hermosa. Afuera, había una pista de hielo iluminada con cientos de candelabros, en la que cientos de niñas patinaban haciendo arabescos en el hielo brillante. Alrededor de la pista había esculturas de enormes animales tallados en huelo, con luces de colores que los iluminaban por dentro. Para recorrerlas, le daban a Daniela unas preciosas pantuflas de seda y finas plumas de pichón de gaviota. Una hermosa dama vestida de gala, con un traje como de reina, tocaba una bella melodía en un impresionante piano de cola blanco, y las niñas patinaban a su compás.
A lo largo de la pista había una mesa llena de delicias como pasteles, tartas, pastas y helados de más de cien sabores diferentes. Daniela se estaba por servir uno, cuando vio que unos fuegos artificiales estallaban en el cielo detrás de unos arcos resplandecientes que eran como una puerta hacia otro sector. Unos telones de pesado terciopelo rojo daban paso a un pasillo bordeado de espejos y columnas blancas que sostenían enormes jarrones del color del cielo llenos de flores blancas. Daniela cruzó este impresionante corredor acompañada por la música de un órgano que estaba sobre los arcos, emocionada como una novia yendo al altar. A su paso se abrió una enorme puerta dorada, y ella se encontró en una terraza desde la que se veía un desfile de bellos jóvenes marchando por una avenida, bajo los fuegos artificiales que al estallar iluminaban sus sombreros con grandes penachos blancos y las lentejuelas de sus trajes parecidos a toreros dorados. Su marcha seguía el ritmo de una banda que cerraba las filas, y detrás de la banda venia corriendo un grupo de chuiquillos con las manos repletas de globos dorados, que soltaron apenas la banda acabo de pasar junto a la terraza de Daniela. Cuando la multitud se esparció, a ambos lados Daniela vio el parque de diversiones mas maravilloso que jamás hubiera podido imaginar.
Había un tobogán gigante donde los niños se lanzaban montados en suaves almohadas de pluma, había montañas rusas de vertiginosos recorrido, coloridos coches chocadores y tiovivos con corceles gigantes que subían y bajaban entre luces de colores. Montado desde un elefante todo vestido de blanco, un hombre regalaban copos de azúcar multicolores y manzanas acarameladas a los niños que pasaban. Hasta había una kermesse con puestos de tiros la blanco donde todos llevaban premio: una pelota gigante que hacia luces al rebotar en el suelo, un conejo de peluche de un metro de alto, una muñeca que camina y toma el té…y hasta un barco a vela para navegar en un lago de aguas color violeta que había en el mismo parque. Y lo mejor era que las aguas podían beberse y sabían a un delicioso zumo de uva…
Daniela estaba fascinada de estar en ese lugar tan bonito, pero sabia que ya era hora de llegar al sitio hacia donde había marchado. Le preguntó a un hada de alas de libélula como llegar a cierto sitio, y el hada le señaló la entrada a una gruta de estalagmitas y estalactitas que formaban un intrincado paseo lleno de delicadas columnas transparentes. Dentro de la gruta, se escuchaba una celestial música de arpas que acompañaba el goteo de l agua que caía al suelo brillando como oro liquido. Maravillada, Daniela recorrió la gruta descubriendo nuevas formaciones de estalactitas cristalinas a cada paso, hasta que vio una luz dorada del fondo del túnel. Se dirigió a ella, y allí encontró unas escaleras resplandecientes, que subió entusiasmada. Las paredes del costado de la escalera eran una cascada altísima de agua cristalina que caía sobre campanillas tintineantes, haciendo una música como de navidad. En la cima de la escalera, un ángel de largo vestido de color verde agua y enormes alas blancas la guió a una canastilla de oro de un globo estratosférico con forma de corazón rosado gigante, que subió impulsado por el aleteo de miles de colibríes tornasolados que no paraban de jugar entre sí. El globo subió suavemente, y desde sus alturas Daniela vio campos de tulipanes de todos los colores extendiéndose hasta el horizonte, salpicados por molinos de vientos que movían dulcemente sus aspas al atardecer. Una bandada de grullas paso volando en hilera a su lado, rumbo a la luz naranja y fucsia de un crepúsculo radiante. Fascinada viendo el sol dorado hundirse entre nubes moradas y violetas, como jirones de velos de novias con extravagantes trajes lujosos unas, o como plumas de descomunales aves míticas las otros. Daniela casi no escuchó la campanilla que anunciaba que debía descender en una nube que olía suavemente a vainilla. Salió de la canasta y se recostó en un sillón con forma de corola de amapola. Se hundió, como siempre lo hacía, en su mullida superficie, esperó a que la atendieran. Entonces sintió unas suaves manos en su cara, que le sacaban las vendas de los ojos. No pudo ver nada hasta que sus ojos se acostumbraron a la luz, y luego vio la hermosa sonrisa del doctor y los ojos curiosos de la enfermera diciendo:
- ¡ Daniela, qué pronto te recuperaste! Tus ojitos están realmente bien. Creo que no necesitás más las vendas, y que podés volver a tus actividades de siempre. La operación fue un éxito: recuperaste la vista.
Daniela suspiró, pensando que ahora había perdido su castillo, sus vestidos de tul, seda y perlas, los palacios, las bailarinas, las orquestas, el parque de diversiones, los pavos reales y los magos para siempre.
Se consoló pensando que los magníficos crepúsculos dorados siempre están allí, para cuando una quiera verlos. Y siempre hay helados, y golosinas. Y caballos blancos y magos. Y bailarinas y orquestas. Y pulseras y coronas. Y cisnes y fuentes. Y ángeles y hadas.
No están todos juntos en el mismo lugar, claro. Pero es buena idea dedicarse a encontrar todo eso otra vez.