jueves, 11 de septiembre de 2008

La pluma mágica(*)

Manuel siempre había sido un chico muy normal, feliz y tranquilo, fanático de la buena música, del fútbol y de los videojuegos. Hasta que, en primer año de la secundaria, conoció a Cecilia. Apenas la vio, lo supo: Cecilia era la chica de sus sueños. No podía ser más perfecta. Era linda, inteligente, divertida y graciosa. Tenía un pelo lacio hasta los hombros. Y justo en los hombros, se le formaban unos rulitos para arriba que a Manuel le encantaban. Usaba unas hebillas de colores que Manuel no había visto en ninguna otra parte más que en el pelo de Ceci. Encima, era la mejor alumna., cada vez que un profesor le preguntaba algo, ella levantaba la mano, y siempre respondía correctamente. Manuel no podía entender como no estaban todos los chicos perdidamente enamorados de Cecilia. Tal vez lo estaban y lo disimulaban. Desde que conocía a Cecilia, a Manuel le importaba mucho menos la música, el fútbol y los videojuegos. Sólo quería verla el mayor tiempo posible.
Pero Manuel tenía un problema: Cecilia jamás le hablaba. En verdad, ni siquiera lo miraba. Por más que él intentara acercársele, ella lo ignoraba. Le importaba más mirar su celular y recibir mensajes de texto de sus amigos. Encima, como estaba siempre rodeada por su grupo de amigas, era imposible encontrarla sola para decirle algo. Pero aunque hubiera sido posible, Manuel tenía tanto miedo de hacer un papelón o de quedar como un tonto, que ni siquiera intentaba acercársele.
¿Y si ella pensaba que él era feo, tonto o desubicado? ¿Y si a ella le gustaba otro chico?
Manuel empezó a obsesionarse tanto con Cecilia, que ya ni escuchaba lo que decían los profesores en la clase. Se pasaba el día entero mirándola, esperando oír su risa, observando como movía las manos, cómo se le balanceaban los rulos en sus hombros.
La había seguido a la casa, desde lejos, para saber donde vivía. Y cuando su mamá lo mandaba a comprar algo, pasaba siempre delante de la casa de Ceci con la esperanza de volver a verla.
Lo único que quería Manuel era saber si Cecilia gustaba un poquito de él. Pero no se animaba a preguntárselo a nadie, ni siquiera a sus amigos. Si alguien se enteraba de que estaba enamorado de Cecilia, lo cargarían, y tal vez ella se enterara. Y nada le aterraba más a Manuel. De solo pensarlo se ponía colorado.
Cecilia coqueteaba un poco en la cola del kiosko con algunos chicos, que se acercaban a ella porque era simpática. Manuel pensaba “ Si no me gustara tanto, yo también me acercaría para que me coquetee”. Pero él no se conformaría con un chiste y con que Ceci le convidara un trago de Cocacola. El quería a Ceci toda para él.

Liliana, la mamá de Manuel, estaba por cumplir cuarenta años. Como estaba un poco triste, porque le parecían demasiados años para ser una mujer tan joven, le contó a Manuel que pensaba hacer una fiesta para alegrarse un poco.

- ¿Que clase de fiesta vas a hacer, mamá? ¿Con payasos, magos y pelotero inflable? – le dijo Manuel, haciéndose el chistoso
- ¡Adivinaste, hijito!- le dijo la mamá- Voy a llamar a un mago para que haga unos trucos que nos diviertan.
- ¡Buenísimo, me encantan los magos! – le dijo Manuel.

Manuel ya lo tenía todo planeado.
Llegó la noche de la fiesta. El mago era muy bueno. Se llamaba Keko y adivinaba las cartas que aparecían en el bolsillo de la gente que estaba sentada atrás de todo. También hizo aparecer un conejo en la cartera de una señora que recién acababa de llegar y escupió como diez metros de pañuelos de colores anudados en una larga fila. Todos aplaudieron fascinados, y cuando el mago se fue a cambiarse a la cocina, Manuel lo siguió, cerró la puerta y le dijo:

- Sos muy bueno, Keko.
- Gracias- dijo el mago, sin mirarlo, mientras guardaba la galera en un bolso enorme
- Soy el hijo de la cumpleañera.
- Felicitaciones- dijo el mago doblando su capa, apurado por irse a descansar.
- Por eso me tenés que hacer un favor.
- ¡Ah , no! Plata no hago aparecer.- le dijo el mago, sonriendo, mientras cerraba el cierre de su bolso.
- No es por plata. Es por amor – le dijo Manuel.
El mago se dio vuelta y lo miró fijo. Se le acercó ., le puso una mano en el hombro y le dijo :
- Eso es grave. Contame en qué puedo ayudarte.
Manuel le contó todo. El mago lo escuchó.

Al día siguiente, Manuel fue a la escuela apretando fuerte en la mano la pluma amarilla que le había dado Keko. Era una pluma mágica. Podía ser una broma del mago, o no. Pero no perdía nada probando. En la primera hora de clases no escuchó nada más que los latidos de su corazón, latiendo con tanta fuerza que tenía miedo de que todos los escucharan. Miraba fijo a Cecilia, ansioso por que el truco funcionara en el recreo. Apenas sonó el timbre, Manuel fue corriendo al patio. Esperó a que salieran todos los chicos del baño, y se metió en uno de ellos. Cerró la puerta, se sentó en el inodoro, tomó la pluma con las dos manos, y siguió las instrucciones del mago. Apoyó la pluma entre su entrecejo, la miró fijo hasta ver todo amarillo, la sopló tres veces y dijo en voz baja “Raipse Arap Oñekep Res”, que es un deseo mágico expresado al revés, con las palabras dadas vuelta y dichas de atrás para adelante.
Apenas terminó de decir eso, sintió que todo su cuerpo se contraía hasta un tamaño mínimo, sus brazos y piernas no pesaban nada, y podía ver mucho mejor que nunca antes en su vida. ¡Podía ver todo lo que estaba adelante, atrás y a los costados, sin casi mover el cuello! Del susto, sacudió sus brazos y se dio cuenta de que se levantaba volando por encima de la puerta del baño… ¡podía volar! Pasó delante del espejo y vio maravillado que se había convertido en un hermoso canario amarillo. El mago le había dicho que el hechizo duraría los diez minutos que dura el recreo, salvo que fuera atrapado en un lugar pequeño, en cuyo caso nunca volvería a ser un chico otra vez, y quedaría para siempre en forma de canario.
Sin tiempo que perder, se lanzó al aire y buscó con su visión de 360 grados los rulos y las hebillas de Cecilia. Se moría de ganas de picotearle las cabezas a sus amigos, para embromarlos, pero le dio miedo de que le atraparan o lastimaran de un manotazo.
Vio a Cecilia sentada en un banco junto a sus amigas, debajo del árbol del patio. Era un lugar ideal, porque él podía pararse en una ramita y escuchar lo que decía ella. Como las chicas siempre hablan de chicos, seguramente sabría por fin si ella gustaba de él.
Las chicas cuchicheaban, pero Cecilia no hablaba. Solo jugueteaba con su celular diciendo “¡Me llamó Tato! ¡Me llamó Loli!”. La única que hablaba era la tonta de Mercedes, hablando del chico que le gustaba a ella. Manuel esperaba que hablara Cecilia, mientras se rascaba el piquito con la rama, de puro nervios.
En eso escuchó que Mercedes le preguntaba a Cecilia:

- ¿Y a vos, Ceci, quién te gusta?
- A mí no me gusta nadie…
- ¿Ni siquiera ese que te mira todo el tiempo?
- ¿Manuel? ¡Nada que ver, nena! ¿No viste que nadie le da bola?

Manuel hizo fuerza para no caerse de la rama de la impresión. Sintió que su corazón de pajarito se partía al medio de la tristeza. Del susto y la rabia, voló de su rama hasta entrar al baño, donde volvió a convertirse en el Manuel de siempre justo cuando sonaba el timbre de fin del recreo. Guardó la pluma amarilla en su bolsillo y volvió a clases sin ganas.
Sabiendo que Cecilia no gustaba de él, lloró toda la noche, Ni siquiera le alegraba haber podido volar y haber visto la escuela desde el cielo. ¿De qué sirve volar, si tu amor no te quiere?
A la mañana siguiente resolvió olvidarse de Cecilia y fijarse en chicas nuevas, aunque sea para demostrarle a Cecilia de que muchas otras chicas le darían bola. Entonces Manuel se dio cuenta de que en cuanto empezó a mezclarse con otras chicas, Cecilia empezó a mirarlo un poco. Y Cecilia lo miró más cuando vio que las otras chicas lo llamaban a los gritos en los recreos: “¡Manu, Manu, vení con nosotras!”
Increíblemente, Manuel cada vez se animaba más a hablarle a las chicas, y eso lo hacia sentir mucho más seguro de sí mismo. Pero por más éxito que tuviera con las chicas, seguía apenado recordando lo que había dicho Cecilia.
Un día, su amigo Joaquín se acercó a Manuel y le dijo “Me parece que Cecilia está con vos, te mira sin parar”. Manuel no estaba tan seguro. Cada vez que miraba a Cecilia, ella le desviaba la mirada. ¿Cómo saber si Ceci gustaba de él?
Un día se enteró de que Cecilia había invitado a unas chicas a la tarde a su casa para festejar su cumpleaños. Pensó que las chicas en los cumpleaños se cuentan todo, y decidió que tenía que usar su pluma mágica para descubrir lo que pensaba ahora Cecilia de él.
Esa tarde, Manuel le dijo a su mamá que se iba al cíber con unos amigos. Pero en verdad, se fue caminando a casa a Cecilia con la pluma amarilla apretada en su mano.
Vio que la casa tenia dos ventanas a la calle. Por una se veían unos sillones, como de un living, y por la otra se veía una pieza de color rosa con adornos tan lindos como todo lo que usaba Cecilia. La ventana estaba abierta. Cecilia se estaba peinando delante de un espejo. El se agachó detrás de unos arbustos, tomó la pluma amarilla, la apoyó entre sus ojos, la miró fijo hasta ver todo amarillo.
Estaba tan nervioso que no se acordaba bien las palabras mágicas, pero trató de recordarlas, la sopló tres veces y dijo, casi en secreto “ Raip Arap Oñekep Res”. Sintió que se volvía de pronto muy pequeño y muy liviano, y que son solo batir un poco sus alas ya estaba volando. Entonces voló hasta la ventana de Ceci .
Como ya estaba más seguro de si mismo, de puro caradura dijo “ Piiii…Piii” .
Ceci lo vio y pegó un grito de alegría., Se acercó a él con la sonrisa más linda que él jamás le había visto y dijo “¡Qué hermoso pajarito!”. Lo tomó con cuidado entre sus manos cálidas, le dio un beso en su cabecita y corrió al fondo a buscar una jaula.
El sentía que estaba viviendo dentro de un sueño…¡Nunca había estado tan cerca de Cecilia , ni dentro de sus manos, tan calentitas y perfumadas! .
Ella lo metió en la jaula, y la puso sobre una mesita en su pieza.
Tanta alegría tenía que se puso a gorjear y trinar tan bien que los padres de Cecilia lo escucharon y le dijeron “Canta tan lindo que te lo podés quedar “. Cecilia le trajo un alpiste riquísimo y agua fresquita, y le mostró orgullosa su pajarito a sus amigas, diciendo “Mirá la suerte que tuve, que justo para mi cumple se paró este pajarito en mi ventana, me dejó que lo agarre y se puso a cantar sin parar “

- Ceci, se parece un poco a Manuel, ese chico que te gusta, el que siempre te mira… – dijo Mercedes – Tiene el mismo flequillito en la frente …. ¿Que nombre le vas a poner?
- Ya que se parece a Manuel…¡Le voy a poner Manuel, por supuesto! - dijo Cecilia.

Ella se acercó a la jaula y apretó sus lindos labios rosados contra los barrotes

- ¿Como estás, mi Manuelito? – le dijo llena de ternura.

Manuel aprovechó, se acercó a los barrotes y le dio un piquito.
Se sintió el ave más feliz del mundo. ¡Cecilia gustaba de él, y encima lo besaba!
Ya habían pasado más de diez minutos, y aún estaba encerrado. Tal vez había dicho algo mal en el conjuro. Sabía que no podría volver a ser un chico nunca más. Pero qué le importaba. Viviría junto a la chica de sus sueños, para siempre cerca de ella, la chica más linda del colegio y del mundo. Ya ni siquiera tendría que preocuparse de cómo hacer para acercarse, hablarle, invitarla a salir. No tendría que preocuparse en cuándo darle el primer beso, cómo tomarla de la mano… “Soy un canario de suerte”, pensaba Manuel en su linda jaula. Después ya no pensaba. Sólo cantaba si escuchaba otros pajaritos cantando afuera, o cuando ella ponía música.
Todos los días se acicalaba las plumas y tomaba agua fresca que le ponía Cecilia.
Un día se le salió una pluma amarilla del pecho que le recordó levemente algo importante, aunque no sabía bien qué, así que lo olvidó enseguida.
Después ya no recordó más nada.
Sólo saltaba del palito al comedero a ver si había más alpiste.
Alpiste, alpiste, quiero más alpiste, mucho alpiste, sólo alpiste.

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