jueves, 11 de septiembre de 2008

Un día muy especial(*)

Este era un día distinto a cualquier otro. Pero Tomás no quiso ilusionarse con que este día le depararía nada especial, aunque en el fondo él quería que fuera especial. A esta altura de la vida, él ya sabía que si uno se ilusiona mucho, también se desilusiona muchísimo, y él no era un chico que aceptara tranquilamente una frustración. Por eso, apenas se despertó, pensó sabiamente “veré qué me trae este día”. No era un mal día, ya que era un sábado soleado. El canto de los pajaritos le llegaba por la ventana entreabierta, y los pajaritos no cantan con tanto entusiasmo si el día está nublado. Por suerte, su primo Nico se había quedado a dormir. Nico era divertido y travieso, y Tomás nunca se aburría con él. Así que ya se les ocurriría qué hacer juntos.
Un rayo de sol dio justo sobre la nariz de Tomás, indicando que ya era hora de levantarse. Tomás se restregó los ojos con los puños cerrados, bostezó como un hipopótamo, se quitó las colchas de encima, y con los ojos todavía cerrados, se sentó en el borde de la cama. Sintió de pronto urgentes ganas de ir al baño, así que buscó con los pies sus zapatillas que había dejado en alguna parte debajo de la cama. Encontró una y se la calzó como una pantufla. Cuando a tientas encontró la otra y puso su pie adentro, sintió algo frío que se movía dentro de ella, lo que le hizo abrir los ojos de inmediato.

- ¡ Ahhhh! – gritó Tomás, viendo espantado a una víbora verde deslizarse por el piso, en dirección a su escritorio, debajo de cual desapareció.
-
Con una sola zapatilla en el pie, salió corriendo del cuarto llamando a sus padres.

- ¡Socorro! ¡Mamá, papá! ¡Hay una serpiente en mi cuarto!

Mamá abrió la puerta de su cuarto, asombrada, y le preguntó:

- ¿Qué te pasa, hijo?
- ¡Una serpiente!¡ Una víbora! ¡Salió de mi zapatilla!
- ¿Como puede ser? ¿Y donde está?
- ¡En mi habitación!
- - Hijo, acá no hay serpientes …
- ¡Pero yo la vi, te lo juro! ¡Llamalo a papá para que la mate!
- No hace falta, vamos a ver los dos….
- ¡Ni loco vuelvo a entrar a mi cuarto!
- Está bien, entro yo sola…¿ para donde se fue?
- Fue desde mi cama al escritorio… ¡ Tené cuidado , mamá!

Tomás se quedó en el pasillo temblando como una hoja, y mamá entró, decidida, a su cuarto.

- Tomás ya revisé todo tu cuarto de lado a lado y no hay nada.
- ¡No puede ser!
- No grites , que lo vas a despertar a Nico …
- ¡Te juro que la vi! ¡Hasta la toqué con mi pie! ¡Era fría, áspera y…asquerosa!
- Tal vez todavía estabas soñando …
- ¡No mamá, creéme!


Mamá sonrió, lo abrazó y le dijo.

- Bueno, por suerte ya no está ahí, se habrá escapado por la ventana. Ahora bajá a prepararme un rico desayuno que en un minuto estoy con vos pero primero terminá de vestirte.

Tomás entró a su cuarto muerto de miedo. Tomó la zapatilla que le faltaba con dos dedos, la miró por dentro, y salió corriendo del cuarto, no sin antes cerrar la puerta detrás de él. Bajó las escaleras con una zapatilla, y solo cuando estuvo abajo e todo se sentó en el último escalón y se puso la zapatilla que le faltaba. Entró a la cocina, todavía agitado por el susto.

- Mejor hago unos huevos y unas tostadas…ya se me pasará el susto – se dijo.

Abrió el cajón de los cubiertos, y sacó cubiertos para los cuatro: papá, mamá, él y Nico . Puso café en el filtro, agua en la cafetera, encendió la cafetera y miró la mesa de la cocina:
- ¿Qué me falta? Ah, claro: tazas, platos, manteca….¡ y tengo que hacer los huevos!

Abrió la alacena para sacar tazas y platos, y sacó una taza, dos tazas…pero cuando iba a tomar la tercera taza, vio una patas peludas y negras trepando a su mano…

- ¡ AAAAAHHHH! –gritó Tomás, espantado. Soltó la taza que se hizo trizas en ele suelo. Y vio a la araña escapar apuradísima hasta salir por la ventana hacia el patio.

Escuchó el ruido de la ducha arriba. Mamá estaba duchándose y no habría escuchado su grito., Y papá y Nico seguían durmiendo. ¿Valía la pena avisarle a mamá que había visto al araña más gigantesca del mundo, solo cinco minutos después de haber visto una serpiente en su zapatilla? Mamá creería que estaba loco, o que aún seguía soñando despierto. Así que resolvió dedicarse a lo práctico: a hacer el desayuno.
Armó la mesa y sacó un sartén de un estante. le puso un poco de aceite, y abrió la heladera para sacar los huevos. Lástima que en el compartimiento de los huevo vio algo que lo dejó helado. Entre la blanca hilera de huevos redondo, había un ojo grandote que lo observaba. Un ojo de verdad, con unos tendones chorreando sangre…adentro de la heladera. Tomás se tapó la boca con las dos manos, para no gritar y para no vomitar, y cerró la heladera de un portazo. El corazón le latía con tanta fuerza que estaba seguro de que se escucharía en toda la casa y todos se despertarían con sus palpitaciones. Pero nadie se despertaba.
Decidido a no intentar preparar los huevos, llevó una simple lata de galletas a la mesa, un frasco de mermelada, y abrió la lata para que estuviera lista para que todos se sirvieran cuando se dignaran despertarse y bajar a desayunar. Pero cuando la abrió, de adentro de la lata salió algo que primero le pareció a Tomás una hoja de árbol seca, torcida sobre si misma. Pero la hoja seca se trepó al borde de la lata , le mostró dos ojitos diminutos y una breve fila de dientes, y en medio de una mueca maliciosa se lanzó a volar , y despareció por la ventana …¡ era un murciélago! Tomás nunca había visto un murciélago tan cerca, pero mucho menos había visto uno en una lata de galletas. A Tomás le parecía que se estaba volviendo loco. Sintió la boca pastosa, y se quiso servir juego de un envase de cartón. Pero cuando tomó el envase sintió un peso desigual de algo sólido, que rasguñaba las paredes del envase. Volcó el envase con cuidado sobre el vaso y de él salió un gordo y pesado sapo. Tomás no supo si le dio más asco que miedo, más miedo que sorpresa, o más sorpresa que susto. Porque cuando uno quiere tomar jugo de naranja lo ultimo que imagina es que va a ver un sapo en su vaso. Arrojó el vaso con sapo y todo a la pileta de la cocina. Pero él seguía con la boca seca, y no se animaba a servirse agua de la canilla por miedo a ahogar al sapo. Entonces decidió abrir un envase de leche, que por suerte estaba fuera de la heladera. Estaba cerrado, no le traería sorpresas. Sin embargo, al servir la leche sobre su vaso, del envase salió sangre a borbotones.
Tomás se sintió mareado. Todo le daba vueltas, y sintió naúseas.

- ¡Mamá! – gritó Tomás
- ¡Ya voy, hijo! – dijo mamá.

El no estaba dispuesto a quedarse un segundo más solo en esa cocina embrujada.
Así que si el murciélago y la araña se habían escapado al patio, él haría lo mismo. Buscó la llave de la puerta del patio con manos temblorosas dentro de la frutera sobre el estante alto. Pero al tomar las llaves, una rata se subió a sus dedos. ¿Una rata, en la inmaculada cocina de mamá, que no dejaba que entrara ni una mosca? Espantado, Tomás pegó un salto hacia atrás, volcando una silla, que golpeó el cartón de jugo, que cayó al piso dejando un charco de sangre en la cocina.
¡Tanto que le gustaba a Tomás leer relatos de terror, y ahora estaba viviendo uno de ellos, justo esta mañana que todos parecían haberse olvidado de él, y nadie lo ayudaba!
Con la mano temblorosa, le pareció que tardaba un siglo en embocar la llave en la cerradura. Además, le resultaba dificilísimo meter la llave en la cerradura, porque tenia los ojos casi cerrados, ya que no quería ver ninguna otra cosa espantosa.
Finalmente la llave hizo “clic” y la cerradura cedió y se abrió. El salió de un salto afuera cerró la puerta, y justo en medio del patio vio una caja de zapatos, cerrada. Qué raro… ¿ quién dejaría eso ahí? Pensó que era algo que había olvidado Nico. Se agachó, curioso, levantó la tapa….¡ y mil asquerosas cucarachas salieron corriendo de adentro de la caja en todas direcciones!
Tomás cayó de espaldas, aterrado, y en ese momento preciso no vio más nada: un trapo negro lo envolvió y un montón de manos le golpeaban la espalda.
¿Qué está pasando? ¿Me volví loco? ¿Me están secuestrando? Luchó como pudo y pataleó en todas direcciones para librase de esa oscuridad. Sintió que se ahogaba, no entendía qué estaba pasando. Giró sus brazos con toda su fuerza y rodó por el suelo, enredándose cada ve más entre los pliegues de la tela, hasta que por fin vio una luz entre los pliegues y dirigió su cara hacia allí. Empujó con todas sus fuerzas hacia esa luz, y en un segundo vio que el trapo se levantaba. Tardó un poco que sus ojos se habituaran nuevamente a la luz, y se vio rodeado de personas, entre las que pudo distinguir la cara de su primo Nico .
- ¡ Eh, Tomás! ¡ Qué susto! ¿Eh?
Tomás no podía creer que Nico se estuviera riendo. Detrás de Nico, estaba mamá con el pelo mojado, riendo también, sosteniendo algo en las manos. Y también papá se reía, y tenía otra cosa en la mano.
- ¿Qué les pasa? – gritó Tomás - ¿No vieron lo que me pasó?
Mamá se acercó a Tomás, le acarició la cabeza y lo abrazó…
- ¡Feliz cumpleaños, hijito! – le dijo mamá, besándole la transpirada frente
- ¡Feliz cumpleaños,Tomás! – le dijeron papá y Nico.
Tomás los miró helado, mientras ellos le entregaban paquetes llenos de moños. El todavía estaba sentado en el piso, en medio de la frazada arrugada que le habían tirado encima.

- ¿Ustedes se volvieron locos? ¿De que se ríen? ¡Había una tarántula en la alacena, una rata en la frutera, un ojo en la heladera, sapos en la leche, sangre en el envase de jugo, un murciélago en la lata de galletas, cucarachas en esta caja …!¡Uf!
- Ya sabemos, ya sabemos. Todo eso lo organizó Nico con sus mascotas. Vos sabés que es loco por los bichos.

Tomás miró a Nico con odio, y se le lanzó encima dispuesto a golpearlo.

- ¿Como pudiste…?
- Pero Tomás…¿No sos fanático de los cuentos de terror? Quise que en tu cumpleaños vivieras tu propio cuento de terror …
- Pero …¡estuve en peligro!
- No, Tomás: la culebra era inofensiva, la rata y el sapo son mis mascotas, la araña no picaba, puse témpera roja al envase de jugo y un ojo de vidrio en la heladera…¡ y lo que me costó juntar esas cucarachas… y atrapar al murciélago!
- ¡Pero fue la peor mañana de mi vida! – dijo Tomás, furioso.
Nico lo abrazó y le dijo:
- Vamos, fue todo un chiste de tu primo travieso…¿me perdonás?
- No lo sé.- dijo Tomás- Vas a tener que esperar que me reponga del susto. ¿Era necesario aterrarme así?
- ¿Sabés qué? De una cosa estoy seguro: uno se olvida de muchos cumpleaños en la vida. Pero de este cumpleaños no te vas a olvidar nunca más.
- Ya lo creo- , dijo Tomás, lanzándole por la cabeza la caja de zapatos a su primo, riéndose bajito.
Luego se abrazaron, y salieron juntos a divertirse.
Y fue cierto que Tomás olvidó muchos cumpleaños.
Pero justo de ese, no se olvidó jamás.

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