jueves, 11 de septiembre de 2008

Un novio demasiado hermoso

Eran una parejita enamorada, como tantas.
Pero se amaban más que nadie. No podían separarse ni un segundo.
Según algunos, vivían pegoteados el uno al otro porque estaban terriblemente enamorados. Según otros, porque de tanto estar pegados y solos, se habían quedado sin amigos. Según ella, porque lo amaba perdidamente. Según sus amigas, porque él la vigilaba sin parar. Según los padres de ella, por la calentura de la edad. Lo cierto es que ya no podían estar sin verse o hablarse varias veces al día
Hacían una linda pareja. En verdad, de los dos, él era el más lindo. Ella se ponía linda de lo que le brillaban los ojos al verlo. El era demasiado lindo. La madre de ella pensaba que él lo sabía, y en vez de sentirse más seguro de sí mismo, tal vez por un mecanismo de proyección, él creía que la bella era ella, y por eso pensaba que dejarla un minuto sola implicaba perderla en brazos del primero que pasara. O tal vez ponía en ella sus propias fantasías de aprovechar su éxito con las mujeres para tener alguna aventura con otras. Si no, no se explicaba tanta inseguridad. Porque en verdad, él podía meterle los cuernos cuando quisiera. Todas las chicas lo seguían. Pero él le era absolutamente fiel a su novia. Sabía que ella tenía algo que no tenían las otras chicas, por lindas que fueran, y por más que se le tiraran encima. Porque él era un muchacho hermoso. Qué pena que fuera tan celoso. No se daba cuenta de que ella sólo tenía ojos para él.
La tía Juana decía que le parecía que eran una pareja simbiótica. La abuela decía que eran demasiado jóvenes para pegarse tanto. Y el abuelo le recordaba que ellos se habían conocido a la misma edad, y nunca más se habían separado. El papá se preocupaba de que ella no pensara en otra cosa que estar con él. Estaba descuidando los estudios y las amistades. Pero mamá le decía que sería mejor para ella si se casaba joven y enamorada que si dejaba pasar esta oportunidad. Si no después, andaba sola a los treinta buscando novio, y a esa edad los tipos sueltos son lo que queda del descarte de las que ya eligieron. Después de todo, si uno se pasa cada día pegado a la misma persona, es natural que empiece a haber roces y problemas varios.
Hasta el día de hoy, ella misma no sabe qué nombre ponerle a esa relación. Pero era del tipo “ni contigo/ ni sin ti”.
Fue él quien se enamoró de ella a primera vista y la persiguió como un sabueso. Se obsesionó con ella. Ella estaba medio noviando con un vecinito. Nada serio, sólo unos besos tímidos, ir a tomar un helado, todo muy inocente y pueril. Pero él, que le llevaba unos años más, la vio como toda una mujer. La convenció de que lo siguiera, la hizo olvidar de su amorcito anterior, con tanta pasión y decisión que el vecinito no pudo reaccionar. El era muy buenmozo. Tenía mucho más mundo y más experiencia que el primer noviecito, y ella se deslumbró. No podía creer que él le diera bola. El vecino era un chico lindo. Pero él era demasiado atractivo. Cuando aparecían los problemas, las peleas, las lágrimas, ella se consolaba pensando “Hay mujeres que en toda su vida no conocen ni a un solo hombre realmente hermoso. Y yo conocí a dos”.
El vecino era un chico tranquilo y bueno, de esos que conquistan el cariño de todas las maestras y vecinas de la cuadra. Medio quedado, sin vueltas.
Rafael era otra cosa. Encima tan alto, y con esa espaldota, un gigante, de esos que cualquier mujer besaría con ganas sin preguntarle el nombre. La gente miraba al vecinito y decía “Qué linda nariz, qué ojitos”.
De Rafael no decían eso, porque tenía una presencia inquietante, un porte de galán de cine y una actitud firme de llevarse el mundo por delante. Hasta sus amigas se inquietaron. Tal vez estaban todas envidiosas de que ella, tan bajita, de aspecto tan ratonil como era, se lo hubiera levantado, y ellas no. Un día las chicas llegaron en patota a su casa a decirle: “Estamos preocupadas por vos. Ese chico no nos gusta”. Y ella pensó “¡Qué no les va a gustar! Les encanta. Lo que no les gusta es que sea mío.”.
El era un seductor, sabía lo atractivo que era y lo explotaba muy bien. Hasta a sus padres los había convencido de que él amaba a la nena, aunque les preocupara a veces ver la seguidilla de llamados a deshoras cuando discutían y se reconciliaban, o los portazos que daba él al irse luego de alguna de tantas peleas tontas, típica de los amores juveniles.
A veces ella sentía que estaba junto a él montando guardia para que otra mujer no se lo llevara. Pero de tanto montar guardia, se había enamorado locamente, hasta de su forma de ser. Cuando él no se enfurecía por pavadas era divertido, ingenioso y tenía grandes planes para el futuro. Acostumbrado a que nadie le dijera que no a nada, todo le parecía posible: “Vamos a comprar un lote en Bariloche, donde construiremos una cabaña para los dos., Tal vez pongamos un hotelito, o un restaurante, con un gran hogar a leños”
“Tendríamos que comprar un terreno en la playa, para hacer un camping sólo para gente joven, con asado todas las noches, bailes y guitarreada”.
“Vamos a comprar un barco que será nuestra casa, nos va a servir para dar la vuelta al mundo en él” .
De esos planes tenía miles distintos, todos los días. A ella no le importaba cuál de esos proyectos terminaran concretando, porque lo único que le importaba era estar con él. Ella sentía que con él todo era posible. Pensaba que él no necesitaba de ella para hacer sus sueños realidad, porque era muy independiente y capaz. Por eso le sorprendía cada vez que él se enfurecía porque ella saludaba con un beso a sus compañeros de curso, o cuando la acusaba de estar engañándolo por llegar un poco tarde a una cita.
Después se metió con su ropa, diciéndole lo que debía ponerse, y prohibiéndole usar jeans porque decía que ella no tenía cuerpo para los vaqueros, y que en realidad cualquier pantalón le quedaba horrible. Le dijo que nada le parecía más sensual y femenino que una mujer con polleras largas, aunque ya no estuvieran de moda. En el fondo ella sabía que lo que él no quería era que se le marcara la cola. Pero un día que ella que le comentó eso medio en chiste, él arrojó a la pared un reloj despertador con tanta fuerza que dejó una marca en el revoque. Las piezas quedaron desparramadas por el suelo, y ella las tuvo que barrer para que nadie se lastimara con los vidrios, así que entendió que era mejor no volver a tocar ese tema.
También la acusó de retirar plata de la cuenta bancaria en la que juntaban fondos para casarse, olvidando que había sido él quien había sacado plata sin avisarle a ella. Cuando ella tuvo un atraso de un mes y creyeron que estaba embarazada, sin preguntar su opinión él le dijo “Paciencia…Usaremos la cuenta de ahorros como cuenta de abortos”. A ella le pareció un comentario de pésimo gusto, pero después entendió que él se lo dijo como para que sepa que estaba dispuesto a gastar los ahorros de los dos en el aborto más seguro posible, y con el mejor médico que pudieran encontrar, costara lo que costara, porque pensaba en ella, en su salud.
No era fácil estar con él, pero nada es gratis en la vida. Era el precio que ella tenía que pagar por estar con un hombre hermoso como el de un anuncio de perfume caro. A veces pensaba que todo hubiera sido más fácil si se quedaba con el vecinito, pero también se daba cuenta de que se hubiera muerto de aburrimiento con él, después de conocer a Rafa. Con Rafael, la vida era una aventura. Nunca sabía qué pasaría. Era como vivir en la montaña rusa.
Por ejemplo, en las vacaciones de invierno, a él se le ocurrió que fueran solos al mar. Sus padres habían alquilado una casa, pero no llegarían hasta la semana siguiente. Era una pena que estuviera pagada y vacía. El pensó que sería genial ocuparla ellos dos, solitos, un nidito de amor. Sonaba a idilio en total intimidad.
Cuando ella le dijo que tendría que preguntarle a sus padres si le dejaban irse con él, a él le agarró un ataque de furia, y la acusó de insensible, por boicotear su brillante idea. Lo discutieron dentro del coche del padre de él, cuando estaban yendo al cine. El le gritó, la zamarreó, le dijo que se bajara de su auto, pero no lo detuvo y hasta abrió al puerta del coche e intentó empujarla afuera, mientras conducía con la otra mano. Casi se estrellan con un árbol, y entonces la discusión terminó.
El episodio la asustó tanto que al día siguiente ella lo olvidó.
Recordó que una vez su amigan Irene presenció por casualidad una de esas discusiones absurdas como “por qué no me trajiste agua cuando te pedí”. Le dijo “Tené cuidado con tu novio , que para mi que está un poco loco” . Ella siempre pensaba que las amigas se lo decían por envidia de verla junto a un hombre tan hermoso. Al fin y al cabo, todas andaban detrás de el. Era irritante ver a las mujeres darse vuelta para mirarlo de arriba abajo, y hacerle mohines y sonrisas, como si ella no existiera, aunque estuviera abrazándolo.. Pero después pensó que de todas sus amigas, justo Irene era la única que no gustaba de él. Después de todo, era la única que no le rogaba que llevara a Rafael a las fiestas para lucirlo, y jamás le preguntaba por él. Tal vez le tenía bronca, a nivel personal. Rafael tampoco gustaba de ella. Decía que Ire era ordinaria y tilinga, cosa que a ella le causaba gracia porque le parecían términos opuestos.
También era conciente de que Rafael tenía motivos para ser tan nervioso. Casi no había tenido padres. Cuando él nació, ellos ya estaban divorciados. El padre se había ido a vivir a España y la madre lo depositó con la abuela y se dedicó a criar a los hijos que tuvo con los dos maridos siguientes, pensando que Rafael era de esos chicos que crecen de golpe y se las arreglan solos. Pero estaba claro que había sido un chico descartado y abandonado. Nunca había tenido con quien hablar. Ni siquiera con su abuela, que tenía Alzheimer. El le contó una vez que su debut sexual a los trece años no fue ni siquiera porque le gustara la mina, sino para que alguien lo abrazara. Toda la historia a ella le partía el corazón y estaba dispuesta a darle todo el amor que nadie le había dado.
El tema de irse juntos a la costa iba a ser una prueba para los dos. Una prueba de convivencia para saber si podían pasar el récord de cinco días sin pelearse, hasta que llegaran los padres de él. “Si pasamos ese tiempo en paz, nos vamos a vivir a la cabaña en el sur, a nuestro camping en la costa o nos vamos a dar la vuelta al mundo en barco” , le dijo él , besándole toda la cara .
Ella era optimista. Pensar que la primera vez que él la llevó a su casa, cuando los padres de él no estaban, la invitó a conocer su habitación, y una vez allí, le sacó la ropa a la fuerza y prácticamente la violó. Ya hacía tres semanas que se conocían y ella se sentía muy halagada de que el chico más lindo del barrio la llevara de la mano por la calle y la llamara todos los días. Sabiendo que iría a la casa de él, se había depilado las piernas y se había perfumado hasta la bombacha, sin saber bien por qué. No, no había esperado nada de lo que sucedió. Para nada. A lo sumo había imaginado una metidita de manos, unos besos más intensos. Pero no eso.
El pretexto de él fue que sus padres podían llegar en cualquier momento, que no había tiempo para prolegómenos ni mimos previos. Le sacó la ropa como un médico que en una emergencia tiene que ver dónde está la herida. Fue más rápido que eso, porque un hombre hermoso sabe donde está el tajo de una mujer. Cuando le sacó todo, la empujó desnuda a la cama, mientras se sacaba de un tirón el cinturón. Ella casi se muere de vergüenza. Era la primera vez en su vida que estaba desnuda ante un hombre. Pero él ni la miraba. Ella tironeó de esa espantosa colcha negra para taparse, pero él no le dio nada de tiempo. Desnudo, cayó sobre ella. Le abrió las rodillas, y le metió algo adentro del cuerpo que le dolió muchísimo. Estaba más que incómoda. Trató de escapar, pero él le atrapó los hombros con los codos. Era un chico alto. La cabeza de él hundida en su cuello no la dejaba ni moverse .Ella miró una grieta en el cielorraso pintado de gris celeste, deseando que todo acabe pronto, y se mordió el labio hasta sentir más dolor. No podía clavarse las uñas de la mano derecha en la mano izquierda- como hacía en el sillón del dentista para no sentir tanto dolor en la boca-, porque tenía los brazos inmovilizados .Cuando no aguantó más, se lo quiso sacar de encima, y justo entonces él gimió como un animal herido, saltó a un costado, y le llenó el ombligo con un líquido espeso y blanquecino, que se derramó sobre su panza. El se quedó apretado contra la pared, como tratando de estar lo más lejos posible de ella en su cama de una plaza, tapándose los ojos con el antebrazo. Ella se quedó inmóvil, aterrada como un conejo en la ruta. El se incorporó con los ojos enrojecidos, y con una rarísima mirada llena de odio, le gritó:

- ¡No me dijiste que no eras virgen!

Ella saltó de la cama, tomó la ropa que encontró en el piso, y corrió al baño, donde se encerró con llave a llorar, echa un ovillo en el piso, junto al inodoro. Sintió arcadas. Y náuseas. Todo ese extraño baño verde le dio vueltas alrededor. Sólo tuvo que estirar un poco el cuello sobre el borde del inodoro para vomitar la Coca Cola que él le había ofrecido al llegar. Y nada más, porque estaba tan ansiosa por verlo, que en esos dos días no había probado bocado.
Sintió que pasaron siglos hasta que él golpeó la puerta suavemente. Le dijo que ya llegarían sus padres, que no quería que la vieran ahí, que quería hablar con ella, y pedirle disculpas por lo rudo que había sido.
No se volvió a hablar del tema, pero ella estuvo varias semanas como perdida, sin saber qué culpa tenia ella de no haber sangrado en el encuentro, o de no haberle hecho sentir a él lo que esperaba, sea lo que fuera. Pero lo peor de todo era su miedo a perderlo.
Los siguientes encuentros sexuales fueron mucho mejores. Para no volver a decepcionarlo, ella se propuso hacer todo lo posible para que él se sintiera bien con ella. Una noche, en el auto del padre de él, él le empujó la cabeza hacia su bragueta, se abrió el cierre, y tomándola de los pelos le mostró el ritmo exacto con el que quería que ella le diera todo el placer del mundo. Ella sintió horror. Creyó que él se había vuelto loco. Pero más miedo le dio decir que no. Sus amigas una vez habían comentado que eso es lo que todos los hombres esperan de una mujer. No pensó que el también querría eso. Pero lo decidió en un segundo. Antes de que él buscara a otra para hacer eso, prefería encargarse ella . Y se convirtió en una experta del sexo oral. Solía escupir todo en el piso, sin que él se diera cuenta. Lo limpiaba apurada con su bombacha o con una media. Y él quedaba convencido de que ella lo tragaba todo.
Le hizo creer que él era el mejor amante del mundo, cuidando al milímetro los ritmos del aliento de él, la presión de sus caderas y la fuerza de sus embestidas. Cuando sentía que él estaba por acabar, ella aceleraba sus movimientos, hacía como que jadeaba, gemía, gritaba, pedía más , ponía los ojos en blanco y se mordía los labios, igual que en las películas. Qué importaba que todo fuera actuación y que ella no sintiera más que esa carne dura empujando sus entrañas con violencia. Su mayor placer era hacerlo sentir placer. De a poco descubrió que a él le encantaba que le mordiera la lengua y le clavara las uñas en la espalda al final, y también agarrarla del pelo o hacerla arrodillar con una pierna al costado para ver mejor cómo la penetraba desde atrás. Siendo aún una nena, tenía a un hombre en sus manos. Se sentía poderosa al saberse deseada, sabiendo que ella le daba lo que él quería, y que para eso, él dependía de ella.
Dado que el sexo había mejorado tanto con el tiempo, no había por qué dudar de que la relación también pudiera mejorar, que por fin se acabaran las sospechas, la violencia, los insultos.
Tal vez esos días solos en la costa les enseñara a los dos cómo mejor la relación.
Tanto presionó él con la idea, que le pidió a ella que mintiera a sus padres diciendo que los padres de él estaban allá esperándolos. Ella le dijo que no les mentiría, porque si descubrían el ardid, se indignarían y perderían la confianza en ella.. Esto lo enfureció de tal manera que la echó de su casa, donde estaban discutiendo. Una vez afuera, la empujó contra la pared del porche con tan mala pata que ella cayó sobre su mano y se fracturó la muñeca. El ni la miró cuando cayó, y cerró la puerta con llave. En vez de ir a su casa, ella fue a la guardia de un hospital donde la enyesaron. Al llegar a su casa mintió a los padres diciendo que se había caído al bajar del colectivo.
Durante tres días no supo nada de él. En la cuarta noche, él fue a su casa, demacrado, ojeroso, llorando, y diciendo lo que ella siempre adoraba escuchar: “No puedo vivir sin vos, sos lo único que tengo, sos lo mejor que me pasó en la vida, te amo y siempre te voy a amar, nos vamos a casar y vamos a tener mil hijos”. Ella sintió tanta pena por ese hombre derrumbando, que decidió mentir a los padres. Pero poco. Les dijo que los padres de él llegarían en cinco días a la costa, pero que en ese tiempo pararían en la casa de una tía de él que no tenía teléfono. Los padres dudaron, pero decidieron que no podían seguir diciendo que no. La nena ya era grande y ellos no querían ser anticuados. Las chicas modernas hacen su vida y van con el novio de vacaciones. La cosa iba en serio, ya hablaban de casamiento. El parecía ser un chico maduro para su edad, la cuidaría bien. Y sería bueno para ella que tuviera le experiencia de convivir con otra familia.
Ella tuvo que ocultar que en vez de alegrarse, le apenó que los padres le dieran permiso. Tenía miedo. No sabía bien de qué. Tal vez era por pensar lo mal que la pasaría en la playa, con la muñeca enyesada y sin poder tocar el agua. Era invierno, haría frío, seguramente no tendrían días de playa. Pero quien sabe, a veces en pleno invierno hace calor. También pensó que esta era una prueba más de la vida, que no hay parejas perfectas, y que hay que tener paciencia para aprender a convivir con el otro. Después de todo, sus amigas también cada tanto se peleaban con sus novios y después se arreglaban. Lo dicen todas las canciones de amor. Amar es sufrir.
Preparó su bolso, no llevó libros porque él se ponía celoso si ella leía, le dio un beso a sus padres y a su hermano y fueron a la terminal de ómnibus, felices como una pareja de recién casados en plena luna de miel. El compró chocolates y galletitas para el viaje, pero estaban tan agotados con la emoción del reencuentro que durmieron todo el trayecto, abrazados, la cabeza de ella sobre el pecho de él.
Al llegar a la casita alquilada por los padres de él, se alegraron de ver que tenía un hermoso jardín y una linda parrilla para hacer románticos asados. La limpiaron un poco, quitaron telarañas, hicieron la cama, y antes de terminar de poner las almohadas en las fundas hicieron el amor salvajemente, ella aferrada a los barrotes de la cabecera de bronce. El quiso atarla para jugar a un raro, pero ella le rogó que no lo hiciera, por temor a que se le rompiera el yeso. No había hospitales cerca..
A la tarde salieron a caminar un poco y al caer el sol, a él se le ocurrió comprar unos churros rellenos. Cinco para él y uno para ella. Ella protestó un poco. Divertida por su egoísmo, le preguntó por qué para ella uno solo. “Porque estás gorda”, dijo él sin reírse nada. Y le dijo que nunca antes se lo había dicho, pero que la ropa ya le quedaba mal, que la enfermaba verla sentada viendo que un rollo de grasa le asomaba por la cintura del jean, y que cuando hacía en el amor el veía que se le sacudía la grasa en los muslos y se le iban las ganas. Ella se indignó, diciendo que era mentira, porque pesaba lo mismo que el día en que se conocieron .El le dijo que estaba loca, y que estaba defendiendo su derecho a ser obesa. Ella lloró. Él le dijo que no hiciera papelones en la calle, y que si seguía llorando la dejaría sola. Y lo hizo. Salió caminando delante de ella. Ella lo corrió por la calle oscura, vio muchos hombres de campera negra como la de él. No supo cuál de ellos era Rafa. Ya había oscurecido. Lo había perdido de vista. Corrió detrás de un hombre alto de espaldas anchas, gritó Rafael, y el hombre se dio vuelta y no era él. Detrás suyo, escuchó una carcajada. Era Rafael, riéndose burlón. Había estando observándola todo el tiempo.

- ¡ Rafa! – dijo ella, aliviada – ¡Estabas acá!
- Pesate- dijo él, serio.
- -¿Qué?- preguntó ella.
- -Entrá a una farmacia y pesate, para ver si estás más gorda o no. Vas a ver que tengo razón.

Caninaron juntos buscando una farmacia con balanza, pero a esa hora ya estaban todas cerradas. Al final, encontraron una de guardia , en la que ella se pesó, pero él prefirió esperarla afuera.
“Esto es absurdo, me estoy humillando”, pensó ella “¿Qué quiero probar?”.
La aguja se sacudió de lado a lado como la bola en la ruleta, y al final se paró en dos kilo menos que su peso habitual. Ella sintió que un calor triunfante le invadía la cara. Con yeso y todo, estaba más flaca, no más gorda que antes.
Salió con una sonrisa de oreja a oreja y se lo dijo:

-¿Sabés qué? ¡Peso menos!

El le lanzó una mirada de hielo:

-¡Mentirosa!
-¡Es cierto, vení a ver!-, dijo ella, tirándole el brazo para llevarlo a la puerta ..
- ¡ Esa balanza está rota!-, dijo él, soltándose con violencia

Metió las manos en los bolsillos, giró sobre sus talones y cruzó la avenida costanera en dirección al muelle. Ella corrió detrás de él, sabiendo que había cometido un error. Tendría que haberle dicho que sí, que tenía razón, que estaba más gorda, que iba a comer solo lechuga y zanahoria rallada para estar tan flaca como él quisiera. El era un hombre alto y sus pasos largos la obligaban a ella a correr para alcanzarlo. El se dirigió al muelle, adentrándose en su penumbra. A ella le dio un poco de miedo que se metiera en ese lugar. No había luz, ni siquiera había nadie pescando. ¿Y si los asaltaban?
Sintió el ruido de las olas rompiendo contra los pilotes que olían a carnada vieja. De golpe lo vio mas cerca. O ella estaba corriendo con más velocidad, o él se había detenido. Era apenas una silueta oscura recortada contra el resplandor de las estrellas y el blanco de la espuma de las olas que chocaban en la punta del espigón.

- Rafa….

El le daba la espalda, con la mirada fija en la negrura del mar.
Era como un nenito abandonado. Tan enojado por tanto abandono, tan necesitado de cariño y calor. Ella lo abrazó por la cintura, y apretó su mejilla contra su espalda, helándose con el cuero frío.

- Te quiero. – le dijo

El ni se movió.

- No nos peleemos, amor …. Mirá que hermoso el mar. Es como estar en la proa de nuestro barco, listos para dar la vuelta al mundo…

El giró sobre sí mismo sin darle tiempo de nada. La agarró de las muñecas y le gritó con voz desencajada:

- ¡Sos una hipócrita! ¡Sólo pensás en vos!

La estaba agarrando de las muñecas con tanta fuerza que el dolor era insoportable.

- ¡Soltame, Rafa, me hacés mal!
- ¡Vos me haces mal a mí! ¡No se puede creer en vos!

Ella forcejeó para soltarse, y él le dobló los brazos hacia atrás. Fue entonces cuando ella se dio cuenta de que en el espigón roto faltaba un tramo entero de la baranda. Un pie le resbaló en el piso mojado, y cayó de rodillas. Una pierna le quedó colgando en el vacío, sobre las olas, mientras él le sujetaba los brazos en la espalda, como le gustaba verla en la cama. Se dio cuenta de que no aguantaría mucho más en esa posición y que el cuerpo se desplazaba al vacío. Pero él la tenía inmovilizada en el peligroso borde.

- ¡Rafa, por favor! ¡Me caigo!
- ¡Pedime perdón, turra!

Las olas la mojaban. Supo que si él no la levantaba ya, caería al mar. La fuerza del oleaje la estrellaría contra los pilotes de cemento o contra las rocas cercanas. Ella no sabía nadar. Y aunque supiera, se congelaría en el agua helada.

- ¡Socorro!

El dolor de las muñecas era insoportable, pero su terror a ese vacío negro era peor. Quiso gritar fuerte, pero no tenía fuerzas. Nadie la escucharía. Lo único que oía era el rugido del mar.
De golpe sus dedos tocaron algo seco y rugoso, y se aferró a eso con todas sus fuerzas

- ¡No!

El grito salió de él, como sorprendido. Ella pensó que alguien había venido a socorrerla, porque él le soltó las muñecas. Eso le dio fuerzas para arrastrase hacia un piso más seco, para salvarse entre un revuelo que no supo qué fue, si el viento, su ropa, la de otro. La sangre finalmente le volvió a circular por los brazos agarrotados. El yeso de su muñeca estaba partido en dos. Lo poco que quedaba estaba blando como manteca, empapado. Con la cara contra el suelo, tratando de recuperar el aliento.

- Rafa…

Lo buscó con la mirada en el medio de esa tremenda oscuridad. Respiró hondo y gritó:

- ¡Rafa! ¡Perdoname!


Pero estaba sola.
Miró desesperada en torno suyo y hacia la entrada del espigón.
Que increíble lo que puede correr un hombre alto .¿Y ahora qué iba a hacer? Ni sabía como volver a la casa. Ya era tarde. Aunque sabía que por sus celos de siempre, él no la dejaría mucho tiempo sola en el muelle. Como siempre, volvería llorando arrepentido, diciendo que la amaba con toda su alma, que ella era lo más importante en su vida, que había sido un tonto en dejarla sola ahí, que fueran corriendo al hospital a que le hicieran un nuevo yeso.
Se levantó como pudo, y vio que tenía los pantalones rotos y le sangraban las rodillas. Claro, los pantalones. El odiaba que usara a jeans. Fue por eso que le dijo que estaba gorda. Fue una manera de que ella supiera que no tendría que haberse puesto jeans sino una de las polleras largas que había llevado porque a él le gustaban. Alguien que ama a a su novio usa polleras, aunque haga frío. La pelea había sido culpa suya. Solo quería pedirle perdón de rodillas, aunque le sangraran. El volvería. Y era más fácil que la encontrara en la entrada del muelle, bajo la luz mortecina del único farol, que en esa punta tan oscura. En un rato habría una reconciliación hermosa.
“ Lo mejor está por venir” , pensó . Y se secó las lágrimas para mirar las olas lamiendo la orilla.
Algo en el agua le llamó la atención. Parecía una foca muerta. Una foquita chiquita, liviana. Se dejaba llevar por el ritmo de las olas. Pero en seguida vio que la foquita era muy parecida a la campera de cuero negro de Rafa.
“Qué raro, ¿Por qué la tiró al agua?”, pensó.
Lo esperó toda la noche.
Al amanecer, la policía la envolvió en una frazada, la llenó de preguntas ridículas que no entendió, y mucho después la mandaron en un patrullero de vuelta a su casa.
También le dieron unas pastillas para que parara de llorar.
Pero no podía parar de llorar.
Estaba segura de que él no llegó a escucharla cuando ella le pidió perdón.

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