jueves, 11 de septiembre de 2008

Extra

Ya desde la calle vi que el ambiente raro también seguía ahí. El foyer del teatro estaba repleto de gente extraña y horrible. Parecía un casting para un film de Fellini o Tim Burton Gordas enormes de pelo color guinda, duro con tanto spray, ahorcadas con colas de animales muertos. Perfumes empalagosos a fruta podrida y pino pisoteado. Viejas absurdas bamboleándose dentro de abrigos baratos de colores deprimentes, con el pelo matizado de colores imposibles como lila o nácar. Viejos engominados fumando apurados, y mostrando dientes negros al exhalar un humo apestoso. Los pocos jóvenes que había eran feos, desgarbados, y mal vestidos. Hacia demasiado frío en la calle y demasiado calor dentro. Ricardo y yo nos paramos en algo que parecía una fila para entrar. Apretujada entre tanta gente horrible, yo me sentía dentro de un cuadro de Hyeronimus Bosch .
Nos empujaron a la sala, mostramos nuestras entradas y fui casi arrastrada hasta una de las últimas filas. Con todo lo que me hizo esperar para ver la obra, este tarado ni siquiera consiguió buenas localidades Desde ahí, lo mismo daba estar viendo lo obra o estar en la calle: no veíamos nada más que nucas con caspa y crenchas grasientas.
Las butacas eran viejas y crujían al menor movimiento. Los bichos que nos rodeaban tosían sin parar y hacían crujir celofán en sus dedos. Quise que empezara todo cuanto antes para que irme lo antes posible. Pero la gente no paraba de entrar, uno más feo que el otro, como si hubieran abierto las puertas de un circo freak.
Por fin todos pusieron sus culos en sus ruidosas butacas, se apagaron las luces mortecinas y se abrió el telón. La calidad de sonido era tan mala que no se terminaba de entender quién era quien ni qué pasaba en la escena. Yo no lograba escuchar qué decían. Igual que la voz de mi cuñado en el teléfono antes de salir de casa. Sonidos extraños, organizados caprichosamente, que no significaban nada. Como una mala obra de teatro.
La platea entera reía ante diálogos absurdos. Qué idiota, yo también me reí primero con lo que me dijo mi cuñado .La protagonista sobreactuaba. Yo le pregunté a él si no exageraba Pero lo que dijo probó que no. Era así.
El resto del elenco podía tanto estar ahí como irse: no transmitían nada ni agregan nada a la obra. Como yo, en la vida de Ricardo. Una extra, sin bolo, muda en bambalinas. Ya era hora de hacer mutis por el foro. ¿Qué es el foro? ¿Será la parte de atrás o de adelante del escenario? .
Traté de apagar mi ruido mental concentrándome en la escenografía, pero se trataba de algunas sillas rayadas y viejas, una mesa deslucida y un aparador polvoriento. Intenté pensar en el vestuario que llevaba las actrices. Horrible. Ropa vieja de los años 50 conseguida en alguna feria americana y ajustada con alfileres. Mi vecino de butaca masticaba un caramelo haciendo un estruendo de los mil demonios. Quise matarlo. Lo miré fijo y le empujé el brazo con mi codo en el apoyabrazos. Hasta que no acabó el caramelo, no paró de hacer ruidos repugnantes.
Para entonces, yo estaba aún más perdida en una trama ininteligible de actores agitando los brazos para expresar compensar el talento faltante. Me pregunté quien sería qué, y que relación tendrían entre sí. Me encontré como un nene de jardín de infantes que por primera vez ve algo que no es un dibujo animado. La de rojo era sin duda la protagonista, porque mandoneaba a la otra. O tal vez no. A veces quien creés que manda, es quien tiene un papel secundario. Qué gracia, el jefe tiene papel de reparto, repartido entre los actores principales. . Pero la de amarillo parecía tenerle miedo, y pensé que seguramente aún nadie sabía por qué. Parecía ser una historia intrigas familiares, pero eso era lo último que necesitaba yo en mi vida. Se me había ocurrido ir al teatro solo para distraerme un poco, ver un mundo ideal, tratar de soltar amarras con esta vida que me tocó. Pero cuando dije de ir al teatro para festejar mi cumpleaños fue hace tanto ya, que me parece que hubiera sido en una vida anterior. Ahora, sentada allí, sentía que lo mismo daba estar mirando teatro en chino, la pantalla en blanco en el cine o la señal de ajuste en el televisor de casa. No comprendería nada por más que me empeñara. “Por lo menos, entendé el final”, me dije. Pero no había caso. La obra era mala por más que todo el mundo se empeñara en reír cada tanto, como una claque bien entrenada. ¿O acaso no eran todos extras de Fellini?
Creo que la gente se ríe aunque nada le haga gracia, solamente para justificar que pagó la entrada, para no amargarse tanto pensando en el tiempo perdido y la plata tirada mirando una obra mala. Algunos dicen que cuando más cara es la obra, más se ríen. A mí ya no me molestaba tanto el vecino masticador de caramelos como la presencia de Ricardo. Ni siquiera su presencia era lo que me molestaba. Sin mirarlo, me molestaba su perfume, o su desodorante, no sé . Me resultaba empalagoso y ácido, francamente insoportable.
No entendía como había podido llegar hasta el teatro, fingiendo que nada había sucedido. Pero él tampoco había dado oportunidad para hablar nada. Llegó y me dijo dale, vamos al teatro. No hubo tiempo para hablar. Bueno, tuvimos una hora de viaje, pero no daba para hablar de algo así de grave en medio del tráfico de sábado a la noche, cuando quedaste en ir a ver una obra de la que todos hablan como único festejo de tu cumpleaños, ya que nadie en tu familia te llama para saludarte. Solo tu cuñado te llama. Y para darte la peor noticia. Pensé que tal vez el teatro ayudaría a tapar la mentira, con otra mentira, pero que viene de afuera. Fui soñando con que la función me quitara de la dura realidad por un rato. Pero no había manera de olvidar que estaba intentando quedarme quieta en una butaca incómoda. Vamos, tenés que concentrarte, me dije. La mujer de amarillo, tan sumisa en un rincón, parecía estar reaccionando a los ataques de la de rojo. Bien hecho, levantate y hacé algo, que la de rojo parece dispuesta a destruirte.
Ambas seguían hablando, hablando, y hablando, sin hacer nada en concreto,.y yo sin entender nada de nada . Bueno, estás en el teatro, no en el cine, me dije. Está bien, no aparecería Tom Cruise en un avión caza, ni Schwarzenegger a caballo, pero de todos modos faltaba acción.
Me aburrí, y empecé a pensar en los muebles que veía en el escenario. ¿Qué habría en ese aparador polvoriento a media luz del fondo? ¿Para qué lo ponen en escena si es tan feo? Alguna función tendría que cumplir. En el cajón de la derecha seguro se guardan cubiertos. Eso parecía un comedor. Yo guardaría los cubiertos allí. La mujer de amarillo debe estar cansada ya de los gritos de la de rojo. Creí verla levantarse por fin a la de amarillo. Iba hacia el aparador feo. Lo abrió, y de adentro tomó un cuchillo largo y filoso, como una daga. Su hoja brilló bajo la luz ambarina del escenario. No puedo decir si era plateada o dorada. También tomó un segundo cuchillo idéntico al que tenía en el puño, y se lo dio a la mujer de rojo, que lo aceptó, decidida. Ambas callaron, se miraron a los ojos y caminaron hacia la izquierda del escenario. Bajaron por una escalerita, seguidas por un spot blanco azulino. El público reía nerviosamente, sorprendido de que la obra tomara un giro tan moderno, con las actrices entre la platea. Avanzaron hacia el fondo de la sala, hasta llegar a nuestra fila, y se abrieron paso entre las rodillas del público, dirigiéndose directamente hacia Ricardo y yo, con sus puños en alto sosteniendo las dagas con firmeza, como si fueran parte de su cuerpo. Esto se está poniendo bueno , pensé. Ricardo se irguió un poco para observarlas mejor. La mujer de rojo lo señaló, grave. Apuró el paso entre los espectadores, y cuando llegó hasta las rodillas de Ricardo, se lanzó hacia él, y con su brazo izquierdo lo tomó de los cabellos. El pegó un respingo, asustado, pero ella no le dio tiempo para nada .Le echó la cabeza hacia atrás, y le clavó la daga en el cuello, hasta el mango. La mujer de amarillo, como poseída, se abalanzó tras ella, la empujó a un lado y le clavó a Ricardo su daga en el pecho, y la dejó ahí clavada.. Solo sentí un crujido de tendones rotos, y un gemido leve .La mujer de rojo siguió su camino a paso raudo hacia el final de la fila, regresó hacia delante, subió al escenario y siguió con la obra, como si nada. No se veía sangre en sus ropas. Claro, estaba vestida de rojo. La de amarillo cayó sobre Ricardo, y lloró desconsolada, viendo que su traje se teñía de carmesí con la sangre de él, que manaba a borbotones. El yacía con la cabeza volcada hacia atrás, los ojos opacos fijos, sin nada más que mirar.
Yo no pude concentrarme en lo que decía la mujer de rojo. Sólo pensaba en qué haría con el cadáver de Ricardo, cómo haría para no quedar empapada en sangre, si no tendría problemas con el teatro por el enchastre, si no me encontrarían sospechosa, si se levantaría la obra, si tendría que llamar a la policía o a una ambulancia. Para qué, si estaba muerto.
Me quedé pensando que ni siquiera sé cómo se tramita un entierro, a quien le preguntaría si este era un caso para llevar a una fiscalía, donde conseguir un ataúd, donde se consigue un médico forense…
Todo era demasiado lío. Me convenía hacer mutis por el foro, dejarlo ahí, como si hubiera venido solo. Que se encarguen otros de él. Después de todo, el nunca pensó tanto en qué hacer conmigo.
Los llantos de la mujer de amarillo se me estaban haciendo insoportables. Decidí levantarme y salir de ahí, para no escucharla más. Y en ese acto, sentí que todo el auditorio me aplaudía y me gritaban bravo, bravo. Me llené de orgullo. Me había animado a irme ir sola, por fin.
De a poco encendieron las luces y vi que la mujer de rojo me hacía respetuosas reverencias y la de amarillo ya estaba en el escenario, saludándome con la mano, como deseándome suerte .No supe si eran sinceras o si seguían actuando. Si se trataba de lo primero, estaba agradecida, Si se trataba de lo segundo, eran buenas actrices y esta obra que tanto esperé ver tenia bien merecido su éxito de taquilla.
En eso vi que toda la gente e levantaba, como para salir.
El muerto también se levantó, se sacó toda la sangre con la mano, y mirando a los costados de la fila para ver por qué lado salir.

-Vamos, que esto terminó- me dijo.
- Claro que esto terminó- le dije, sin moverme de mi asiento-Hijo de puta, te acostaste con mi hermana.

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