jueves, 11 de septiembre de 2008

Solo en la oscuridad ( *)

Damián no sabía si estaba más nervioso porque su madre se había ido retándolo por no haber querido acompañarla al hospital a ver cómo estaba la abuela… o porque se había quedado completamente solo en casa por toda la noche.
Sucedió que estaban cenando en casa, cuando sonó el teléfono diciendo que la abuela se había sentido mal, que una vecina había llamado a una ambulancia, y viendo que estaba muy mal, la habían llevado a hospital.
Papá y mamá se levantaron de la mesa con la velocidad del rayo, vistieron a los niños –que a esa hora ya estaban en pijamas-, y le preguntaron a Damián por qué no se me movía, si debían ir al hospital.
“No me interesa ir”, dijo Damián.
“¡Pero es tu abuela, y está grave! ¡Iremos todos a verla!”, dijo mamá.
“Yo no. No quiero” dijo Damián.
“¿Como puede ser que nunca quieras ver a tu abuela? Nunca querés acompañarnos a su casa, te vas cuando ella viene, y ahora, que es cuando más nos necesita, no venís a darle un beso”, dijo mamá., indignada.
“No, no voy”, dijo Damián, con firmeza.
“Entonces te vas a quedar solo toda la noche”, dijo papá.
Un intenso escalofrío recorrió el cuerpo de Damián, desde los talones a la coronilla. Pero la suerte estaba echada, y aunque quedarse solo en casa de noche le parecía horroroso, ir a ver a la abuela en un hospital le parecía aun más espantoso. No soportaría verla inconsciente en terapia intensiva.
Mamá estaba muy enojada y le dijo “¡Y ya que te quedás, por lo menos levantá la mesa y lava los platos!” y cerró la puerta de un golpe, con un portazo que hizo temblar las paredes.
Damián levantó la mesa, puso los platos sucios en la pileta, y corrió a encender la tele y la radio al mismo tiempo para sentirse acompañado. Pero se dio cuenta de que con ese escándalo no podría escuchar los sonidos extraños que podrían alertarlo de un peligro. Entonces apagó la radio y bajó el volumen de la tele. En la tele daban solo películas de terror, y la apagó para no sentir más miedo. Lavó los platos a medias, para terminar con eso cuanto antes. Y le parecía que alguien lo miraba desde afuera, entonces cerró la cortina.
Inquieto, decidió irse a la cama a dormir para que esa noche se acabara cuanto antes.
Pero para ir a la cama debía apagar antes las luces de toda la casa. Y no le gustaba nada eso de recorrer la casa a oscuras para dejar solamente la luz de su velador encendida.
La solución sería encender todas las luces de la casa. Pero en la casa vacía, dejar las luces encendidas le parecía sumamente cobarde y bochornoso. Entonces apagó todas las luces y corrió a su cuarto. Y cuando encendió la luz del velador, vio la puerta del armario apenas abierta. Se le erizó la piel del terror….¿ y si había entrado alguien allí? Pensó que era absurdo, porque si nunca había sitio en el armario ni para la raqueta de tenis, mucho menos lo habría para un asesino o un monstruo que acechara en la oscuridad.
Se metió en la cama y no se animó aún a pagar la luz de la mesilla. La luz hacía sombras extrañas en la pared que nunca había visto antes, con forma de telaraña gigante. No sintió que estuviera en su habitación, sino en un sitio extraño, enorme, frío y amenazante que no era su casa. “Papá, mamá, vuelvan pronto, por favor “murmuró para sí, tapándose con la sabana hasta las orejas.
De pronto, le pareció que algo se movía en su habitación y se cubrió por completo con las sabanas. Pero se sintió muy ridículo…si había un extraño que quería matarlo….¿no era más fácil matar a un chico acurrucado debajo de una sábana, que a un chico que lo mira a los ojos? ¿Acaso las sábanas eran blindadas y detendrían balas o cuchilladas? Con coraje, se destapó, y sintió un ruido debajo de la cama. ¡Oh, no, el asesino se había escondido debajo de la cama!¿Cómo haría entonces para huir de su cuarto? Pero Damián pensó “¿Cómo va esconderse un asesino debajo de mi cama? ¿Acaso es un asesino tímido? ¿Por qué no viene y me mata de una vez, en lugar de andar ocultándose detrás de mis pantuflas?”
Se dio ánimo y se atrevió a encender su linterna para ver que había debajo de su cama. Y gritó de espanto, pues debajo de su cama había las pelusas más grandes que jamás hubiera visto. “Mañana voy a limpiar esto”, se dijo.
Pero en ese momento escuchó el sonido de un suspiro junto a la puerta de su cuarto.
¿Habría alguien ahí, dispuesto a matarlo, aprovechando que estaba solo y asustado?
Y para que no se notara su temor, gritó bien fuerte:
- ¿Quién anda allí?
Y enseguida se sintió ridiculísimo. ¿Acaso un asesino le respondería “Tranquilo: Soy yo, tu asesino”?
Entonces se levantó a comprobar que no hubiera nadie detrás de la puerta. Se asomó para ver si veía algo en el pasillo. Pero al asomarse, supo que era la manera mas simple de que el presunto asesino le volara la cabeza con un disparo directo a la frente. Perdido por perdido, salió al pasillo. Y se sorprendió al ver que no había nadie. Pero también, caray, se sintió más solo que nunca… ¡No había ni siquiera un solo monstruo que le hiciera compañía!
De pronto sintió un ruido en el fondo, como viniendo de la cocina. Ya que estaba levantado, fue hacia ahí no sin antes tomar el recaudo de llevar su raqueta de tenis para atacar al intruso. Era un ruidito pequeño y continuo, como un chasquido. Dado que era imposible que nadie hubiera entrado a la casa, supuso que se trataría de una alimaña… ¿pero qué clase de alimaña? Lo que más temía era encontrarse con una alimaña muerta, pues las cosas muertas se quedan ahí, y tenés que encargarte de sacarlas del camino, y eso da mucho asco, porque no sabés si te contaminan y te enfermás y te morís.
Por eso, prefería encontrara un animal vivo, que huya y desaparezca.
Pero…¿qué podía hacer ese ruido? Damián se acercó de a poco con su raqueta alzada, lista para asestar el golpe certero. Estaba casi seguro que el ruido debía ser producido por un animal nocturno, como un murciélago… ¡lo echaría a raquetazos! ¿Raquetazos? ¡Si los murciélagos son ciegos, y no se asustan con lo que sacudas! Entonces lo mataría con un cuchillo… ¡oh, no! ¿Y luego que haría con el cuerpo inerte y sangrante? ¡Era peor el remedio que la enfermedad!
Damián se acercó en puntas de pie hacia el sitio de donde salía el sonido. No era ninguna alimaña: era una gota de agua de la canilla que caía sobre un plato, haciendo mover un tenedor. Agitado con tanto susto, Damián regresó a su cuarto deseando que sus padres regresaran cuanto antes. Antes de meterse nuevamente en la cama cerró las ventanas de su cuarto.
Cerró también las cortinas. Pero eran de una tela semitransparente y se veía todo lo que había del otro lado. Entonces, para que ningún asesino lo espiara dentro de su cuarto, buscó unas frazadas y algunos alfileres de gancho y aseguró las frazadas todo a los largo y ancho de su ventana, para que nadie pudiera observarlo desde afuera. Pero también sintió que todo eso era ridículo… ¿o acaso en patios y jardines hay asesinos observando tus movimientos por la ventana , como si vos mismo fueras un programa de televisión? ¿Tan aburridos están los asesinos hoy en día?
Cuando se metió en la cama, trató de dormirse lo más rápido posible.
Pero no pudo, porque se dio cuenta de que le daba miedo la oscuridad. Es que la oscuridad te oculta cosas: nunca sabés quién está allí, agazapado en lo más negro de la noche. Y es lógico sentir así, pues en la oscuridad nunca te espera un amigo, sino alguien que te quiere dar un susto horrible, como un gorila, una pantera o un asesino. O quizás la misma Muerte con capucha, capa y guadaña. Pero si la abuela estaba muy mal, la muerte estaría ahora con ella…¡ no estaría perdiendo tiempo acechando a Damián! En verdad, la abuela era tan viejita que seguramente la Muerte era para la abuela una vieja amiga que tomaba el te todas las tardes con ella, decidiendo qué día marcharían juntas. Es que la abuela ya no era la misma que reía cuando hacía trampa en los juegos de mesa. El una vez había visto a su perro Tony agonizando antes de que muriera, y ya no era el Tony de siempre. Ni siquiera quería buscar la pelota, que antes lo volvía loco de alegría.
Y Damián se dio cuenta de que más que miedo a la oscuridad, le tenía miedo a querer a alguien. Porque querés a alguien, y de golpe se va y te deja solo con tanto amor que no tenés a quien dárselo. Y eso duele más que el puñal del asesino que te lo clava a través de tu sábana, directo en tu corazón.
Y supo que no era que no quería ver a la abuela, sino que tenía mucho miedo de que llegara un día en que no pudiera verla más.
De pronto sintió un perfume a violetas como el que usaba la abuela.. Asomó sus ojos desde abajo de la sabana, y creyó distinguir un rizo gris en las sombras como telarañas de la pared, igualito a los rizos de la nuca de la abuela, que desaparecía tras el marco de la puerta. Y le pareció escuchar la risita de la abuela, como cuando confesaba que había hecho trampa en el juego.
En ese momento sonó el teléfono.
Damián pego un respingo, alarmado.
Saltó de la cama descalzo y se golpeó el pie con la pata de la cama .Aulló de dolor, pero saltando en una sola pata, corrió al corredor a atender el teléfono. Era mamá, que con vos muy grave le dijo:
- La abuela murió , Dami.
- ¿Cuándo?
- Recién, hace un instante.
Damián no se sintió sorprendido.
- Lo sé…- dijo, y se corrigió diciendo - .Lo siento, mamá…
- Estamos muy apenados.
Dami no supo qué decir, y de pronto le salió, sin pensar:
- Ya no hay nada que temer, mami.
- Tienes razón .Dami. Ya no hay nada que temer.
Damián volvió a la cama con una sensación extraña: ya no tenía miedo.
Supo que estaba en su casa, que era su territorio, su refugio.
De pronto se dio cuenta de que lo único que esconde la oscuridad son tus cosas de siempre: los juguetes, los libros, la raqueta…. las mismas cosas de siempre, pero sin luz. Y también los rizos de la abuela que pasa a saludarlo, hasta cuando él no saluda. La querida abuela que ríe bajito cuando hace trampa en los juegos de mesa, y que otras veces te juega a las escondidas y te gana, porque se esconde para siempre.
Sabiendo que no había nada que temer, Damián se quedó dormido sintiendo un dulce, levísimo, casi imperceptible perfume de la abuela. La misma de siempre, pero sin luz.

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