jueves, 11 de septiembre de 2008

Mejor no pensar

Todo comenzó de repente.
Empecé a pensar un domingo a la tarde en el que estaba un poco triste, planchando toneladas de ropa.
Volví a pensar cuando me encontré mi primera cana entre los pelos del flequillo.
Luego me encontré pensando luego de una fuerte discusión con mi marido. No pensé demasiado, lo juro. Todo fue imaginar que habrá sido de mi vida si hubiera continuado con mis estudios en vez de empezar a trabajar en la oficina adonde voy cada día. Y a decir, verdad , también pensé qué hubiera sido de mi en vez de casarme con mi marido , un hombre bueno pero muy simple. Si esperaba un poco más , tal vez conocía alguien más intelectual, más estimulante y divertido.
Es que yo me aburría con mi marido y el aburrimiento te lleva a los peores vicios.
Como percibí que pensar tanto ya me estaba haciendo daño, dejé de hacerlo comprando la revista “Hola!”. No hubo caso: no podía dejar de pensar qué pasaba con esta revista. que ya no toma fotos de la Duquesa de Alba , ni de Isabel Pantoja, ni de Gunilla von Bismarck. Debo confesar que hacía mucho que no la compraba. Mea culpa, sé que es un tremendo error, que te aleja de los grandes valores. Creí que la lectura de la revista me alejaría para siempre de otro molesto pensamiento. Pero luego volví a pensar en una fiesta donde no encontré ningún conocido. Lo hice de manera inocente, solo un poco, como para entretenerme. Por supuesto que yo sabía que pensar es peligroso, pero tampoco me consideraba una pensadora viciosa, de tiempo completo, ni me proponía ser una intelectual perdida. Nunca llegaría a tanto, no estaba en mis genes. De hecho, no es una actividad que tenga incorporada en mi vida. En mi familia nunca se pensó, nadie hablaba de pensar, era algo completamente ajeno a nuestras costumbres. Solamente una vez recuerdo que mi hermano mayor tuvo una actitud extraña por unos días en que pensó en entrar a la Universidad.
Yo era muy pequeña, entonces, y me impresioné mucho al escuchar a mi padre diciéndole a mi hermano, de madrugada en la cocina: “Tú no estarás pensando, ¿verdad?” . Y mi hermano se ofendió muchísimo y le dijo que por quién lo había tomado, y que sus amigos no eran pensadores, y que nunca se le ocurriría perder el tiempo en semejante tontería .
Yo me engañaba a mí misma diciendo que no tenía genes de pensador, y que ninguno de mis amigos pensaba, nunca había visto a mis padres pensar, así que no corría riesgos de ser una pensante de tiempo completo. Pensar no estaba en mis genes. Así que creía que no corría grandes riesgos pensando solo  durante un ratito, como para relajarme un poco, y nada más.
Pero en el fondo, sabía que me estaba engañando, porque pensar se convirtió cada día en algo más importante para mi. Al tiempo me descubrí pensando casi todos los días. Primero me escondía en el baño para pensar, pero al final pensaba prácticamente en público, sin importarme que me pescaran haciéndolo.

Comencé a pensar en el trabajo, aún sabiendo que está absolutamente prohibido pensar donde te pagan por no hacerlo. Me di cuenta que el vicio se me estaba escapando de las manos cuando comencé a pensar estando en el cine...¡hasta opinando mentalmente y sacando conclusiones acerca de lo que sucedía en la película!
Empecé a aislarme de mis amigos para leer.
En casa las cosas empeoraban. Yo llegaba, y apagaba el televisor, intentando reflexionar con mi familia acerca de nuestras preocupaciones y deseos. Incluso intenté conversar sobre moral y ética de acuerdo a lo último que había leído de Séneca. Pero cuando mencioné a Sartre, fue el acabóse: mi marido se horrorizó, discutimos toda la noche, y cuanto más discutíamos, el más se espantaba. Pobre hombre, yo le replicaba con pensamientos lógicos y profundos. ¡Hasta para discutir estaba pensando! Considerando que yo ya era un caso perdido, me dejó y se instaló en la casa de un amigo suyo que nunca piensa y sólo toma cerveza.
Un día me echaron de la peluquería porque me atreví a sacar mis propias conclusiones sobre las noticias del periódico.
Una amiga dejó de llamarme porque le aconsejé qué hacer ante su divorcio. “¡Me divorcié por pensar demasiado, y ahora me incitás a seguir pensando! ¡No tenés moral!“
Para paliar tanta soledad comencé a reunirme con amigas, que al poco tiempo acabaron haciéndome a un lado. No me avisaban de cuando y donde se reunían, y no me enviaban mensajes ni respondían mis mails . Me di cuenta de que algo pasaba cuando en un encuentro,  una comentó lo bien que lo habian pasado en el cumpleaños de la otra, y vi a las demás haciéndole señas de que callara. Claro, no me habian invitado. No me animé a preguntar por qué, pero al llegar a casa llamé a la que más confianza me inspiraba y le pregunté por qué me rechazaban tanto . “ Es que todas opinan que deberías ver un analista . Tu actitud es absolutamente insoportable. Todo lo evaluás, lo comentás, lo sopesás,  proponés cosas, sacás temas nuevos …¡ tu soberbia es increíble, no dejás de pensar! ¿ Por qué no nos dejás en paz?”
No pude ir a un analista: significaba seguir pensando cual me convendría . Por ello, resolví hacer algo útil para no sentirme tan sola e incorporarme a la sociedad de manera útil . Empecé a hacer lo que nunca hice : fui a las reuniones de padres de la cooperadora de la escuela -. Todos los martes a las 20 hs , en el salon escolar, los padres nos reuniríamos para hablar de la escuela, los alumnos, y como ayudar a que todo siga adelante. Hablaron de que en la escuela ya no hay fondos, se están quedando sin dinero. Se me ocurrió levantar la mano y proponer siete maneras distintas de recaudar fondos, desde sorteos, baile, kermesse y feria del plato. Me miraron horrorizados, como si hubiera bajado un ovni en el medio de la sala, y cambiaron de tema. Creí que no habían comprendido la propuesta y expliqué como se organiza exactamente algo así. Fue peor, me dieron la espalda y hablaron largamente de una canilla que gotea en el patio. En la orden del día restaba hablar de formar una comisión de cultura y otra para enseñar primeros auxilios, pues la escuela no tiene siquiera botiquín. Pero nadie quiso hablar del tema, porque de a una, cada una de las veinte personas levantó la mano para sugerir como hacer que la canilla no gotee. Percibí que por aguantar en silencio y no volver a alzar la mano, me estaban empezando a mirar con un poco más de simpatía que al principio. Fui tres veces más, y note que más me querían cuanto menos participaba y más callaba. Alguien pidió ayuda para hacer la revista de la escuela. Todos me miraron alarmados. Cuando dije “ yo no puedo” suspiraron aliviados , y dijeron “ lamentablemente, no hay gente interesada en hacerla, así que deberemos cerrarla definitivamente”. Todos sacudieron las cabezas graves y dijeron “ y ahora sigamos hablando de la camilla que gotea , porque puede hundir el piso del edificio”.
Resolví no asistir mas , dado que mi función ahí era probar que nadie quiere hacer nada Pero me empecé a deprimir tanto que llamé a mi marido, rogándole que volviera a casa.
Le expliqué que añoraba sus comentarios banales sobre el estado del tiempo y del tránsito, las ventajas del  salchichón sobre el salame y los partidos de futbol de la semana..
El comenzó a conmoverse hasta que cometí el error de darle demasiados sesudos motivos de por qué debía volver, que se aterró:

- ¿Lo ves? ¡Seguís pensando! ¡No quiero saber nada con vos mientras pienses!

Y me cortó.
Al día siguiente me llamó mi jefe a su despacho para decirme que si seguía así tendría que echarme del trabajo, y que necesitaba buscar ayuda urgente. Tratando de encontrar una solución que lo tranquilizara le dije:

- He estado pensando …
- ¡Esto es el colmo! ¡Piensa hasta en mi propio despacho! ¿No le da vergüenza? ¡ Salga ya mismo de aquí!


Entré en una crisis depresiva, pensando en la absurda paradoja de lamentar que me echaran de un trabajo inmundo. Para aliviar el dolor, mi voluntad cedió y fui directo a la biblioteca más grande del vecindario.
En la puerta había un puesto de promoción de una empresa de televisión por cable.
Un muchacho rubio de sonrisa angelical e impecable traje gris me detuvo a la entrada y me dijo:

- ¿ Sabés que pensar te está arruinando la vida?”

Tuve que reconocerle que si . Pero quise entrar a la Biblioteca igual.
Me detuvo en seco y me dijo:

- No lo hagas. No entres. Aún estás a tiempo de reinsertarte en la sociedad...
- Imposible- le dije – Yo pienso todos los días.
- No es imposible. Somos expertos en casos como el tuyo. La fundación Frivolidades está para salvarte. Nuestro servicio de urgencia te conecta a televisión por cable de manera gratuita las 24 horas. Contamos con más de 200 canales de deporte, musica, modas, entretenimientos y sorteos, programas femeninos, películas americanas y informativos light . ¡Es el primer servicio de cable cien por ciento no educativo del mercado! Está lleno de entretenidos avisos de venta directa y de “llame ya”. Te garantizamos que te hará dejar de pensar en sólo una semana.

Recordé a mi madre, mis hijos, mi marido, mis amigas. Una lágrima rodó por mi mejilla. El joven me abrazó, me pidió la tarjeta de crédito y me inscribió en el sistema de recuperación de pensadores de Frivolidades.
Es asombroso como ese sistema de televisión por cable barre con cualquier pensamiento en segundos. Puedo estar en pleno proceso de pensamientos, pero enciendo el canal Frivolidades y lo olvido por completo.
Desde entonces mi vida ha vuelto a la normalidad.
Mi marido regresó a casa. Aún desconfía, pero yo le hablo de moda, y de lo que hizo el perro, y veo en su rostro un alivio inmediato. Mis hijos están relajados porque ya no me importa de lo que hablemos, solo les cuento chismes de los famosos que escucho en TV Frivolidades. En casa ya no se piensa ni se conversa: miramos la tele.
No me pongo a pensar en lo que hubiera podido ser y no fue, ni en cómo cambiar las cosas. Eso es totalmente enfermizo: el único tiempo que tenemos es el ahora, y no hay manera de cambiar el destino.
Desde que no pienso, en el trabajo me ven más conforme y conectada con la realidad. Ya no quiero hacer cambios profundos ni le reclamo a mis compañeros que hagan sus tareas de modo más eficaz. Mi jefe no teme que le venga con planillas explicando que si la empresa a gana menos es porque no estamos haciendo las cosas bien, que no se necesita más empleados sino que los que están trabajan correctamente. Y al adaptarme al medio sin pensar, me ascendieron a directora y me triplicaron el sueldo. Con ese dinero compré cinco televisores, los más grandes del mercado: uno en cada habitación, para evitar pensar durante todo el día. Ahora creo en todo lo que me dicen los noticieros y los periódicos. Ya no lo evalúo patológicamente.
En las reuniones de amigos, con mi marido hablamos de los nuevos comerciales que dan por la tele y de marcas de ropa y de autos.
Hago lo que el jefe me diga y, ante la duda, no hago nada. En el tiempo libre hago lo que todos hacen o lo que esté de moda en ese momento.
Sé que si me pusiera a pensar en hacer algo distinto, caería en ese vicio que arruinó gran parte de mi vida. Pero no volverá a sucederme. No permitiré que nunca más el vicio de pensar me arruine la existencia.
Desde que no pienso, soy feliz.

1 comentario:

Anónimo dijo...

querida ana te vi en la tele y me dio curiosidad. entre a tu blog y entre al de los cuentosmujeres terribles. Que más decir, si no solamente maravilloso.Y muy real.