jueves, 11 de septiembre de 2008

Por qué no te llamas Charlotte


Ahora eres pequeña y tal vez no lo entiendas, mi amor.
Pero sé que lo que se le cuenta a los niños les queda grabado en el alma, no en la memoria. Y esto es algo que tu alma tiene que entender, para que no creas lo que escuches por ahí, y para que no te sientas mal por haber elegido ese seudónimo para competir en el concurso de poesía. Porque con ese nombre jamás podrás ganar.
Todo empezó con un enorme cansancio. Los tatarabuelos estaban cansados de ser esclavos en el paraíso. Sus tierras eran colinas siempre verdes, llenas de flores fragantes en primavera, rodeadas de playas doradas y castillos majestuosos. Hacían música y poesías para concursar en el Eistedfod, igual que hacemos ahora, con rituales floridos, y bebían mead cuando se enamoraban. Pero eran pobres y perseguidos. Los ingleses los trataban como esclavos, y les prohibían usar su propia lengua. A su tierra le habían puesto el nombre de Wallas, que significaba “Extranjero”, de donde salió el nombre de Wales, o Gales, como se dice aquí en la Patagonia. Pero ellos a si mismo no le llamaban así, por supuesto, sino Cymru.
Empezaron a darse cuenta de que la única manera de poder tener su propia patria era fundándola en otro lado. Así, en 1865, 152 galeses de distintos pueblos zarparon de Liverpool en un barquito de velas blancas llamado, mirá que lindo, Mimosa, que es el nombre de una flor perfumada.
Los que se quedaron, estaban ansiosos por recibir noticias de los que iban llegando…¿Era todo tan bueno en la Patagonia, como contaban? ¿Se podía hacer una vida mejor? En la plaza del mercado de Pwhelli se comentaba que los recién llegados eran muy bienvenidos, que el gobierno argentino les daban cada tres personas 100 acres de tierra, 10 vacas, 5 caballos, 20 ovejas, herramientas de labranza, semillas y trigo suficiente para aguantar hasta la cosecha. Se decía que a los primeros colonos los indígenas les daban carne a cambio de pan con manteca, que para ellos era un bocado exótico como para los galeses pobres lo era la carne.
Entusiasmado por tanta buena nueva, el abuelo Harold comenzó a hablar cada vez más seguido de vender la zapatería y sus herramientas y largarse en el próximo tea clipper hacia ese mundo nuevo y sin ingleses. Lo mejor de todo es que no habría un solo ingles diez mil millas a la redonda, y eso solo bastaba para respirar felicidad. Pero la abuela Charlotte estaba cada día más asustada. Sabes, niña, como somos las mujeres: tenemos un sexto sentido que nos advierte el peligro. Aquí no hacia falta ser mujer para saber que todo era demasiado riesgoso. Y a ella algo le olía muy mal. Las noticias oficiales eran demasiado buenas para ser ciertas, y había escuchado que los recién llagados habían caminado millas para encontrar un río de aguas dulces, y aún así la primera cosecha fue desastrosa. Los colonos eran maestros, herreros, libreros, sastres, gente de ciudad. No sabían nada de agricultura. Sembraron las semillas en la arena, agotaron sus víveres. Muchos murieron de frío, fiebre y hambre. Pidieron ayuda al gobernador británico de las Malvinas y un buque socorrió sólo a algunos, porque no entraban todos. El resto se hartó de sufrir, y volvieron al golfo a esperar que algún barco los sacara de allí. Vivieron como Robinson Crusoe, en cuevas excavadas en los acantilados, durante tres meses hasta que llegaron víveres y herramientas para labrar la tierra en un barco cargado de colonos deseosos de quedarse, porque las noticias que venían de Cymru eran espantosas: otra vez los ingleses habían aumentado los impuestos a los galeses.
Charlotte sabía que la esposa del médico Henry Walsh ni siquiera pudo esperar la ayuda. No resistió el frío y la intemperie y murió de neumonía en sus brazos. Todos estaban tan débiles que apenas pudieron cavar la tierra con las manos y enterrar a Dorothy frente a las cuevas. Todavía se ve la lápida de piedra con la cruz celta, que algún alma tan previsora como pesimista había traído en el barco desde Cardiff. Walsh quedó loco de dolor y nadie quiso atenderse con él. Poco después se cayó de un acantilado, aunque muchos creen que se arrojó. Ella le advirtió todo esto a Harold, su marido, pero él ni la escuchó. El solo escuchaba las buenas noticias.
Una mañana Harold leyó en el periódico lo que necesitaba para acabar de decidirse: la calidad de trigo de los galeses de la Patagonia había ganado un premio en la Feria de París.
“Vamos a Madryn del Sur” , le dijo, cerrando el periódico de un golpe. Charlotte se quedó helada. ¿Cómo creer lo que leía, si lo que todo el mundo decía en el mercado era tan lúgubre? “Son sólo chismorreos baratos de los envidiosos que no se animan a comenzar una nueva vida” le dijo Harold, “La envidia es el pasatiempo de los cobardes”.
No hubo modo de convencer a Harold de que toda la propaganda de Jones eran patrañas, de que en verdad el gobierno argentino no les regalaba nada. Ella sabía que los comentarios maravillados de Fitz Roy y Darwin provenían de boca de naturalistas de paso, turistas entusiastas, no de quienes se quedaban a vivir en esas costas. Además, ¿cómo les iban a regalar tierras si esas tierras ya tenían dueño, porque estaban pobladas de aborígenes muy decididos a preservar sus territorios?
“ Si no pruebo suerte ahora, me arrepentiré toda la vida, Charlotte” dijo Harold. “Aún soy joven y tengo fuerzas, y no quiero morir remendando zapatos para los ingleses. ¿Quieres que luego me pisen con las suelas que yo mismo he cosido?”
Comprenderás que en esos tiempos una mujer no se oponía a la decisión del marido. Cuando te casabas decías “te seguiré adonde vayas en las buenas y en las malas”, y en el mercado las escuchabas decir “nos vamos a Sudamérica“, fingiendo estar entusiasmadas, aunque con terror en los ojos. Los que se decidían a partir eran mirados con una mezcla de admiración y envidia. Se les desalentaba sistemáticamente “¿ No tienen miedo? ¿Y los niños? Ahí no hay hospitales, ni trenes, ni tiendas y el clima es espantoso “
Harold ya no quería hablar del asunto. Vendió todo, cargó con lo que pudo, y subió al barco con Charlotte y sui pequeña hija de tres meses, tu abuela Carol.
Dicen que Charlotte lloró tanto que empapó las ropas al empacar. Cuando abrieron los baúles y las vieron mojadas por una tormenta del mar, ella decía “No es agua de mar, es lo mucho que lloré al guardar todo”. Durante los dos meses de travesía trató de ser optimista, pero no le salió bien. Pensaba que una buena esposa debe ser valiente y mirar hacia delante, pero ella sólo pensaba en ir hacia atrás. Su madre misma, en el puerto de Liverpool, la había despedido con un corto y seco abrazo La empujó al puente del barco y le dijo “Sigue a tu esposo y sé feliz. Aquí ya no hay patria”.
Charlotte intentó consolarse pensando que los antepasados druidas se habían pasado la vida despidiéndose y buscando tierras mejores. Pero no tenía buenos presentimientos. El viaje fue agotador, y las olas golpeaban la quilla como queriendo detener al barco antes de que fuera demasiado tarde. No pudo dormir ni una noche entera . Sólo deseaba que el capitán equivocara el rumbo y atracara en Irlanda, o en un mar de sargazos sin viento, que los obligara a volver a Liverpool antes de morir de hambre. Cruzar el océano, qué locura, ni que fueran Cristóbal Colón.
Las otras mujeres notaron su desánimo y la fueron aislando. Cuchicheaban a sus espaldas y se reían cuando ella pasaba cerca. A los pocos días ya nadie le hablaba. Hay que comprenderlas, lo último que necesitaban era alguien que dudara del éxito de la travesía. Ella intentó entretenerse con los niños, que se divertían descubriendo formas en las constelaciones o haciendo rodar ovillos de lana por la cubierta, inconscientes de la aventura a la que se los estaba exponiendo. A Charlotte no le preocupaba el rechazo de esas mujeres que se la pasaban bordando, fantaseando con que cosecharían las papas más gigantes del mundo e intercambiando recetas de chutneys de durazno, mientras viajaban a una tierra sin duraznos, qué ridículas. Lo más deprimente era escucharlas hablando de qué lindos vestidos venden en tiendas de Cardiff que jamás en la vida volverían a pisar. ¿No se daban cuenta de lo que estaba sucediendo?
Luego de dos meses de ver solo horizonte azul, una mañana el hijo de Glenda Barrett despertó a todos diciendo que escuchaba cantos de sirenas, y que se estrellarían en las rocas si no frenaban. Todos pensaron que había robado whisky del tonel y que ya estaba borracho. Pero todos escucharon a las sirenas .Un canto gutural y profundo que hacia eco en todas partes . Se levantaron , se asomaron por la borda y vieron a unos monstruos gigantes que saltaban en el mar haciendo que el barco se sacudiera con el oleaje. Eran ballenas.Y detrás de ellas, la tierra. Llenos de jolgorio, todos aprestaron su equipaje y prepararon los botes. “¡Mira qué vacas enormes! ¡Aquí sí que se come bien!” gritó Harry Hopkins, señalando las aletas gigantes. Todos reían. Menos de Charlotte, que se quedó dura al ver la tierra.
Sí , claro, tierra a la vista. Sólo tierra. Sólo eso.
Una franja de tierra seca, color gris amarronado. Ni una brizna de pasto, ni un solo árbol. Un desierto total.
A Charlotte se le aflojaron las rodillas, y se aferró al cuerpo de su beba como para no caerse. El barco se acercó a la costa. Era una mañana de sol, y sus rayos se reflejaban en el agua como hojas doradas. Era lo único que había para ver, el reflejo del sol en el mar. En la tierra, no había nada. Cuanto más se acercaba el barco, menos había para ver. Una playa de piedras, unos acantilados que parecían ruinas de pirámides antiguas, limadas por el viento. Y más tierra gris. Hasta un idiota podía darse cuenta de que allí no había manera de hacer crecer una hierba, ni de criar una sola cabra. Supo que los peores rumores que había escuchado en el mercado eran ciertos, y que las maravillas que contaba el periódico eran mentiras. “Vaya a saber quien hace dinero trayendo hasta aquí a un barco lleno de idiotas”, pensó. Se le llenaron los ojos de lágrimas y se mordió el labio inferior para no llorar delante de todos. Los pasajeros, se agolparon frente al puente para bajar a los botes, eufóricos, cantando a coro Hen Wlad fy Nhadau . A Charlotte le pareció que estaban bastardeando todo el sentido del himno. “La tierra de mis padres” , ja…¡ la tierra del demonio!
Odió las risotadas de Harold, que festejaba las bromas de los otros. “ Hey, Harold, aquí no hay caminos, hay solo piedras, ¡tendrás mucho trabajo reparando zapatos!”, le decían . “¡Entonces me haré rico!”, respondía él .
Charlotte le dio la espalda a ese horizonte gris, y fue a sentarse en la bodega inferior. Se quedó en un rincón oscuro, a amamantar a su beba. Deseó con toda su alma que se olvidaran de ella, que Harold bajara con todos y se quedara ahí remendando zapatos, y que el clipper volviera a casa cuanto antes.
No supo cuánto tiempo paso allí. Tal vez el canto de las ballenas y el balanceo del barco la ayudaron a dormirse para mitigar tanto dolor.
De pronto alguien la sacudió por el hombro, y le dijo “Señora Brown, debe desembarcar”.
Ella levantó los ojos y dijo con voz firme: “No bajaré”.
“Es que ya hemos llegado y están todos abajo. El barco ya debe zarpar”, dijo el marino.
“No bajo. Vuelvo a Cymru en esta nave”, repitió ella.
El marino suspiró y se marchó, contrariado.
Al raro regresó con Murray, el dentista, quien la miró con desconcierto, como si estuviera loca. Ella volvió a decir que no bajaba.
“¿Por qué?” , preguntó Murray.
“ Porque aquí no hay nada. Quiero volver a casa. Todo lo que dijeron son mentiras”.
Murray llamó a Jones y a Graham, y ambos le dijeron “Harold ya está en el bote, esperándola” “Que se vaya. Yo no bajo” , repitió firme. Llamaron a Harold, que primero fue amable, luego la sacudió, la llenó de ruegos, de promesas y de amenazas. Fue todo en vano, ella estaba decidida a quedarse en el barco:
“Yo vuelvo a casa”
“¡Mujer, ya no tenemos casa, hemos vendido todo!”
“Viviré en la calle, no en este desierto”
“Pero no nos quedaremos aquí. Iremos a Rawson” ,
“Esto es horrible por donde lo mires” , dijo ella.
Luego vino la familia Lewis para convencerla. Luego el capitán, los Jones; los Greys …y nada. Charlotte no se movía. Finalmente, Harold la arrastró por los hombros, ya harto de pasar semejante bochorno delante de todo el pueblo. . La llevó a la cubierta cogiendola fuertemente de los brazos .
“Subo a despedirte, pero me quedo aquí” , le dijo ella .
El perdió la paciencia y le dio un puñetazo a los maderos de la pared: “¡Maldición, Charlotte!¡ Sube, ya!¡ La gente está esperándote!”.
El saltó al bote y le extendió el brazo para ayudarla a saltar .
Ella no se movía.
Entonces las mujeres del bote se cruzaron miradas, y hicieron un gesto que ella no entendió.
Rachel Lewis avanzó, saltó nuevamente al barco con la Grey, y con un movimiento brusco le arrancó a la beba de los brazos a Charlotte.
“¡ NO!” gritó Charlotte .
“ Tu hija se queda aquí …¿ Volverás a Cymru sin ella?”, le dijo Rachel.
“ Deja de hacer el ridículo y baja de una vez” , le dijo la señora Jones.
“ No bajo…¡ Devuélvanme a mi hija!”, gritó ella,
“ Si quieres, vete. Pero tu hija se queda conmigo”, le dijo Harold.
Rachel le pasó la bebé a la esposa de Dickinson y ella a una muchacha desconocida, que la envolvió en su capa y saltó al siguiente bote de la fila, el primero de todos. Y ese bote soltó amarras…
Charlotte intentó ver la cabecita rubia de su beba bajo la capa negra, en vano. Era una mancha negra perdiéndose en una densa bruma anaranjada bajo el último sol del atardecer. Su hija desaparecía rumbo al fin del mundo.
“ Nooooo! “gritó Charlotte. Se aferró a la barandilla del barco, pero alguien la tomó de la cintura y otro la empujó con fuerza al último bote. Una vez adentro dejó de luchar. Sólo pensaba en su bebé.
Como una larga fila de inmensos insectos negros, los botes se acercaron a la costa, cautelosos. Las ballenas ya no cantaban. Había un enorme silencio, y sólo se escuchaba el golpe de los remos en el agua. Demasiada quietud. Hasta podían venir indios a atacarlos, no sería la primera vez .
De pronto se sintió el golpe de la quilla en la arena.
Charlotte bajó con dificultades, y sin que nadie le tendiera una mano, luchando con sus faldas largas. Hundió su zapato en agua helada, y trató de acercarse a tierra para buscar a su bebé. Un golpe de viento polvoriento la cegó, y no pudo ver a la chica de la capa negra. Esperó sentir el llanto de su niña, pero nada .
Apenas había dado un paso en la playa helada, cuando se sintió rodeada. Todo fue muy rápido. Sintió que la tomaban de los brazos y de los pelos. La primer bofetada la sorprendió. ¿Quién se atrevía a pegarle? La segunda le ardió como fuego. La tercera la indignó. La cuarta. la quinta y la sexta le cayeron como una lluvia granizos, manos pesadas , hasta que sintió la voz de Rachel Lewis , de la Jones, la Dickinson, la Bates, la Graham y otras que le gritaban : “¿ Qué te has creído?“ “¡Caprichosa!” , “¡Nos averguenzas y averguenzas a tu marido!” “ ¡ Insolente!”, “ ¡Grosera!”, “ ¡A ver si te enteras adónde has llegado!”.” ¡Esto no es Cardiff, mocosa!”
Solo cuando cayó al piso dejaron de pegarle La dejaron allí, llorando sola.
Estuvo ahí, sin fuerzas sollozando dolorida, hasta que vio que el barco se alejaba sin ella. No tuvo más remedio que seguir al grupo, para no quedar sola en la playa helada.
Caminaron por un buen rato, arrastrando sus cosas en carros muy simples.
Escuchó a Carol llorar a lo lejos y gritó “¡Devuélvanme a mi bebe!” .
Nadie le respondió.
“¡Devuélvanme a mi bebé!”, gritó con más fuerza.
Cinco mujeres se abalanzaron sobre ella y la amenazaron con el puño en alto, “ Te callás o recibirás otra paliza”.
”Mi bebe, mi bebé”, gimoteaba Charlotte … y era como si la pequeña Carol la escuchara, porque aunque la llevaban más y más lejos, cada vez lloraba más fuerte .
El carruaje que tenía que recogerlos y llevarlos a Rawson se demoró horas.
Estaban todos tan cansados , ya hartos de soportar los llantos de madre e hija, que Harold arrancó a la beba de brazos de Rachel Lewis y se la lanzó a la cara a Charlotte, diciendo “Que más da, si el barco ya partió…¡Cállense las dos de una vez!”
Y Charlotte se calló durante años, en los que Harold recibió más disgustos que acres.


Harold dejó de reparar zapatos y tuvo que aprender al labrar la tierra. Se hizo amigos de los indígenas, que le ayudaron a salir adelante, trayéndole frutas amargas que sacaban el hambre y carne salvaje, que guisada se podía masticar. La vida era dura, pero lo mejor era que no había ingleses a la vista. Era lo único cierto de los relatos que llegaban a Cymru. Por lo demás, había que pasar horas rogando a Dios que salve las cosechas, que a veces eran estupendas y otras veces, atroces. Pero todo druida conoce los avatares del clima. Quienes pudieron mover toneladas de piedra para construir Stonehenge para favorecer cosechas, también pueden arar el campo con sus manos y resistir heladas y sequías. Al menos el ganado crecía gordo como ballenas, los quesos eran buenos y las mermeladas de los buenos veranos los salvaban del hambre invernal.
Charlotte tuvo otros seis hijos con él: el tío William , el tío Albert, la tía Nancy ,el tío Morris, la tía Elizabeth y el tío Esteban. Creo que tuvo tantos chicos porque no tenía ninguna amiga y el abuelo Harold casi no le hablaba, porque tenía miedo que ella le preguntara cuando regresarían a Cymru. Sus hijos fueron sus únicos amigos.
El abuelo se hacía amigo de los nuevos colonos que iban llegando, y la tierra gris se llenaba de locos que decían “ Este es el mejor lugar del mundo..¡no hay ingleses!”.A veces Harold ni siquiera volvía a casa tomar el té, pues prefería quedarse con amigos entusiastas, a estar con su esposa callada y deprimida, porque él siempre llegaba muy tarde oliendo a alcohol. Su tierra no rendía nada, y vivieron de la caridad de los vecinos, hasta que alguien le recomendó que contratara a Matthews, un joven listo de la Mimosa que ya había aprendido mucho de los indios, y además sabía hacer canales para desviar las aguas del Chupat. De él se comentaba que había ayudado a hacer un canal de 28 kilómetros de largo, 6 metros de ancho y 1,5 metros de profundidad en el centro. Era una maravilla que había convertido el desierto en un vergel.. El abuelo lo contrató para que hiciera un sistema de canalización con el que esperaba sacarle trigo a las piedras.
Matthews era apuesto, fuerte y tan callado y ensimismado como Charlotte. También se decía que había sido uno de los encargados de vengar la muerte de Aaron Jenkins, luego de que fuera asesinado por un mestizo sin que Lewis, el marido de Rachel, que estaba a cargo del orden del pueblo, hiciera nada para esclarecer el caso o buscar a los culpables. Tal vez habían sido sobornados por los criminales. O tal vez Lewis había pagado a los asesinos porque no simpatizaba con el bueno de Jenkins.
Matthews era tan valiente como abnegado. Trabajaba de sol a sol en los campos de los Brown. A Charlotte le daba pena verlo sudar en los días sofocantes de verano, esos que parecen reservar todas las brisas para que te congelen después en invierno.
Un día le ofreció un té y un trozo de torta. El apoyó el plato en un tronco y se limitó a gruñir un cortés “Diolch yn farwr”. Menos mal, no es mudo, sabe decir gracias además de “Bore da” cuando llega y “ Hwyl” al partir, pensó Charlotte . A los pocos días llovió tanto, que lo invitó a compartir el té con ella en la cocina. Y curiosamente, se rompió el silencio. Empezaron a hablar de que los colonos habían encontrado el lugar perfecto para cumplir el ideal de encontrar un país deshabitado que no estuviera bajo ningún gobierno propio. “Es que el gobierno de este país no existe, son todos aristócratas que compiten en fama y demagogia…Como los ingleses…”, coincidieron. Recordaron que los colonos que habían probado suerte en las costas de Estados Unidos también acabaron en la Patagonia, espantados de ver que en Maine los niños olvidaban hablar Cymraeg y comenzaban a hablar el idioma del enemigo. Tampoco habían tenido suerte los que fueron a Brasil, donde los trataban como esclavos igual que en Gales. La idea de llegar a un territorio vacío para no desaparecer absorbidos por otros pueblos vecinos, había sido finalmente lograda.
“Esto no es tan desierto” dijo Matthews.” Hace dos semanas me crucé con diez nativos a diez millas de aquí”. “¿Es cierto eso? ¿Quiénes eran?”, preguntó Charlotte, sorprendida. “ Diez guanacos”, dijo Matthews. Charlotte estalló en carcajadas. Supo que hacía meses, tal vez años, que no reía. Si no era por las gracias de los niños, que inventaban nuevas palabras mezclando el español con el gaélico, no reía jamás.
Matthews ,como ella, se animaba a reconocer que añoraba las playas de Llandudno, el castillo de Bangor, las avenidas de Cardiff, las cumbres de Snowdonia y los jardines de Pwhelli … “Pero alli no hay futuro para los galesos, mientras aquí… quién sabe” dijo él. Y ella sintió que por primera vez creía en esas palabras. De la boca de él parecían verdad, no otra quimera más. Matthews no era un iluso. Era un hombre capaz de sacarle ciruelas al gris de la tierra. Por lo pronto esa tarde le sacó un color carmesí a las pálidas mejillas de Charlotte, cuando rozó su mano para tomar la tetera y decirle “Déjame, yo la llenaré” . Por primera vez en su vida, Charlotte sintió que un hombre se ocupaba de atenderla. El ya casi no parecía europeo. Tenía brazos musculosos y morenos como los de un tehuelche .En ese momento el tío Esteban, que era un nene, cruzó corriendo la cocina y tío Albert , por tratar de alcanzarlo, se chocó con la pierna de Matthews. En vez de enojarse con los chicos por irrumpir, como lo hacía Harold, Matthews rió y les acarició los cabellos rubios con su mano curtida. Ella se emocionó con ese gesto de ternura, tan raro en un hombre. Cuando él se acercó y le sirvió el té muy cuidadosamente en su taza de porcelana, tuvo que mirar para abajo para disimular el montón de sensaciones turbadoras que él le causaba.
Fijó su mirada en el paisaje de la taza. Era un prado celeste, con arbustos azules, casi tan azules como la mirada de él, y algunos árboles al costado que extendían sus ramas como manos tocando el cielo. Si, tal vez gracias a los canales, en ese desierto crecería un prado como el dibujo de la taza. Ella ya había sido empujada a una loca aventura en contra de su voluntad, y había obedecido ciegamente a su marido. ¿Por qué no lanzarse ahora a una aventura propia? Mientras pensaba esto, casi como adivinándole el pensamiento, Matthews le dijo: “Croeso i Patagonia” , y alzó su fragante taza como en un brindis . ¿Bienvenida a la Patagonia? Nadie antes se lo había dicho.
Compartieron juntos cada té, al fin de cada jornada, día tras día. Las conversaciones se hacían más largas y las risas eran tan fuertes que hasta los niños se sorprendían…¡ Increíble, mamá se ríe!
Harold nunca los vio juntos. Cada vez llegaba más tarde a casa.
Ella no lo hizo por impulso, querida mía, no.
Antes, lo meditó largamente.
Los niños mayores ya estaban crecidos, pronto harían su propia vida, Ella aún no había tenido una vida propia. Matt le dijo que ya era hora de hablarlo con Harold, y ella comprendió que tenía razón. Esa noche nadie durmió. Fue un escándalo total. El abuelo Harold repitió lo mismo que había dicho aquel atardecer en el golfo, veinte años atrás “Si querés, andate. Pero los niños se quedan conmigo”. Ella los besó uno a uno mientras dormían. Tu abuela lo sabe porque se hizo la dormida, pero vio a su madre llorar en la oscuridad. Esta vez sí que dejó las sabanas mojadas y saladas como luego de una tormenta en altamar. Se marchó sin nada más que su ropa puesta y su tacita de porcelana, en la que se dibujaba un paisaje del futuro.
Con Matthews tuvo otros cuatro niños, que resultaron ser mucho más salvajes, osados y felices que los Brown. El abuelo Harold prohibió a toda la familia que entrara en contacto con la perversa Charlotte, que los había abandonado para seguir tras un peón. Dicen que Carol, la hija mayor, se escribía con ella en secreto, y que el hijo menor de los Peterson, el que vendía huevos puerta a puerta, era el que les llevaba los mensajes escondidos dentro de su frágil canasta Pero nadie jamás encontró una de esas cartas. Se supone que las dos las leían y las arrojaban al fuego. Una vez que mi tío Esteban creyó ver a su mamá en el pueblo y la siguió detrás, recibió tal paliza de su padre que nunca más volvió a intentarlo. Mi madre, tu abuela Elizabeth, la menor de las mujeres, prefirió creer la versión de su padre, y toda la vida me prohibió preguntar por la abuela Charlotte. Se erizaba cuando alguien la mencionaba. “Esa bruja” decía. Mi abuelo Harold vivió muchos años, la mayoría de ellos borracho, capaz de hacer rodeos de muchas millas extras con su caballo o su carro antes de pasar delante de los campos de los Matthews, tal era su resentimiento. La envidia es el pasatiempo de los cobardes, ja.
Yo intenté averiguar qué fue de ella, pero en el pueblo sólo recogí expresiones de desprecio hacia la muchacha que abandonó a sus siete hijos. Las malas lenguas dicen que murió amargada, añorando regresar a Cymru. Pero el viejo Peterson, el niño mensajero, le contó a mi madre que Charlotte un día le dijo, pícara “me gustaría volver, pero para qué, si lo mejor de Cymru lo encontré aquí”, señalando a Matthews. Por supuesto que esto mi madre lo decía para confirmar su desprecio total hacia su abuela loca. Yo siempre sospeché que no era tan mala. De hecho, ella era la única persona del pueblo que siempre dejaba flores en la tumba de Dorothy Walsh, la mujer del médico, la primer victima en esta tierra inhóspita. Ella también desviaba enormemente de su camino a casa , pero pasar siempre por el campo de los Brown, intentando ver a sus hijos, aún sabiendo que serían castigados si hablaban con ella.
Claro, preciosa, que te parecés a tu tatarabuela, y que quise darte su nombre. Pero para todo el pueblo, Charlotte no es un buen nombre. Fijate que no hay nadie que se llame así. Y yo tampoco quise ponerte esa cruz. Ya bastante sufrió tu tatarabuela. Ahora sos chiquita para entender todo esto. Pero te lo tenía que contar, para que sepas que te conviene elegir otro seudónimo para participar en este Eisteddfod. Te juro que por bien que recites o cantes, con ese nombre no vas a ganar. Pero quiero que sepas que cuando cumplas 18 años, de acuerdo a las leyes de este país, estás en todo tu derecho de cambiarte el nombre de tu tatarabuela paterna Rachel Lewis, por el de tu otra taratarabuela, la que dejó a un hombre gris por otro que hizo florecer el desierto.

Bacterias (*)( *adecuados como juveniles)

Era la mañana del 24 de Diciembre. Una fecha que a la mayoría de la gente le alegra pensando en comida rica y regalos bajo el arbolito de Navidad. La abuela Amelia, en cambio, estaba triste. Si hijos le habían dicho que iban a vender la casa grande, y que ella tendría que mudarse a algo más chico. “Si vivís sola, ¿ para que querés una casa tan grande, mamá ?” , le dijeron .
Llegó el día de la mudanza, y sus hijos la llevaron a la casa nueva: una cosita chiquita y vieja en un barrio tranquilo y chato. Cuando ella vio la casa, le pareció que era de juguete, al lado de la suya. Tenía dos dormitorios, un escritorio, y un living chiquito. Lindero al escritorio, tenía un patiecito como para colgar la ropa. Y la cocina daba a un jardincito con parrillita. Ja, como si ella pudiera ponerse a hacer asado.
No se imaginó viviendo allá. El barrio era demasiado tranquilo.Ni siquiera tenía un centro comercial .La convencieron diciéndole que la vuelta tenía almacén, mercería y carnicería, y que enfrente tenia una remisería para ir adonde quisiera. No tenía adonde ir.
Pero no dijo más nada. Ya estaba cansada de todo.
El ranchito era feísimo. Ernesto, su hijo mayor, le había prometido que lo pintaría, y Elena le dijo que le pondría cortinas nuevas antes de la mudanza.
Pero estaba tal cual como ella lo había visto el primer día en que fueron con el empleado de la inmobiliaria. Había polvo y cucarachas muertas panza arriba por todas partes. Las cajas de la mudanza estaban sin abrir, cubriendo todo el suelo. Sólo habían acomodado los muebles en el lugar que ella indicó, seguramente para evitar que se rompiera un hueso corriendo sillones. Todo lo demás estaba como recién bajado del camión de la mudanza. Elena le había dicho que después la ayudaba a guardar las cosas, pero no apareció.
De pronto se dio cuenta de que había sido una desgracia haberse llevado tan bien con su marido. Eran tan apegados el uno al otro, tan amigotes, que se bastaban el uno al otro. Ninguno de los dos necesitaba amistades de afuera. Se habían aislado demasiado. Y ahora ella no tenía ninguna amiga a quien pedirle ayuda sin pasar vergüenza. Así que no tuvo más remedio que arreglárselas sola.

Poco a poco, día tras día, fue abriendo una caja tras otra a hasta terminar de acomodar todo en alacenas, aparadores y placards. Empezó a darse cuenta de que el ranchito, en verdad, era una linda casita sólida, con buena luz, y que con una mano de pintura de un color alegre quedaría bastante acogedora.
Amelia armó en el escritorio una especie de cuartito de tejido, a espaldas de las espantosas cortinas verdes a lunares rojos. La tele la puso en el dormitorio. En el living ni entraba, porque el sofá y los sillones ocupaban todo.
Lo que la tenía más entretenida era el jardín. Plantó la bignonia traída de la casa grande, que rápidamente se apropió de la pared y empezó a largar capullos rosados que atraían a los colibríes, como si nunca la hubieran mudado de barrio. “Que suerte tienen las plantas, que no extrañan” , pensó Amelia.
El jardín estaba quedando lindo, pero las paredes seguían desastrosas.
Sus hijos no la visitaban. Una sola vez pasó Elena con los tres nietos. Acostumbrados como estaban a la casa grande, en la casa chica hicieron tanto ruido que ella acabó agotada. Se lo dijo a Elena, y enseguida se arrepintió, porque Elena le dijo “Está bien, no los traigo más”. Y no volvió.
Pasaban los meses y ella se sentía cada vez más sola y encerrada Se estaba convirtiendo en una de esas viejas que miran la tele todo el día, y la ponen cada vez más fuerte porque se están quedando sordas de tanto escuchar la tele a todo volumen. Y no le gustaba convertirse en eso. Pero ésa era su vida.


Un día, al volver de la carnicería vio a un grupo de adolescentes paradas en la puerta de su casa, señalando la chimenea. Pensó que tal vez había un gato o una comadreja en el techo. Cuando se acercó y sacó la llave, ellas se fueron. Amelia se quedó mirando el techo en puntas de pie, pero no vio nada extraño.
A la semana siguiente vio a cuatro chicas y un chico parados en la puerta de su casa. Pensó que serian evangelistas o testigos de Jehová, de esos que te entregan revistas religiosas o te quieren vender Biblias. Pero apenas la vieron salir, se fueron. Ni siquiera le dejaron la revista Atalaya.
Cuando volvió de cobrar la jubilación el jueves a la mañana, Amelia volvió a ver a un grupo de tres jóvenes admirando su casa como si fuera una maravilla arquitectónica. Dijeron “Hola” al verla entrar y se quedaron sentados en su vereda. Ella pensó que serian sobrinos de la vecina de al lado. Al rato no estaban más.
El viernes a la tarde, ella se levantó de la cama para hacerse unos mates. De pronto sintió risas en la puerta. Pensó que venían de la tele, pero en al tele había un tipo hablando de fútbol. Se acercó la ventana de enfrente, corrió la vieja cortina a lunares, y vio a otro grupo, esta vez de cuatro chicas y dos chicos, sacando fotos del frente de su casa. Algo raro estaba pasando. No esperó más, y llamó a Ernesto.

- Ernesto, habla tu madre. Decime la verdad… ¿Vos me vas a echar de esta casa?
- ¿Qué decís mamá? – preguntó su hijo, sorprendido.
- Pregunto si la vas a vender.
- Mamá…la acabamos de comprar. Es tu casa, ¿Cómo la voy a vender?
- Me pareció.
- ¿Por qué te pareció?
- Porque vienen unos chicos todos los días a mirarla, y hoy hasta le sacaron fotos.
- Mamá, ¿No estarás alucinando?
- Los vi, de verdad. Vienen siempre.
- Son ideas tuyas….
- ¡No! Estaban sacando fotos de la casa , te digo.
- Tendrás una cigüeña en el techo… ¿ Te fijaste?
- No tengo nada en el techo, y le están sacando fotos.
- Bueno, ma…¿ y yo qué tengo que ver con eso?
- ¿Y qué tengo que ver yo?
- No sé..¿qué querés que haga?
- ¿No te parece raro?
- Bueno, si te molesta, llama a la policía. O a un psiquiatra. Capaz que es por el cambio. Con la mudanza, uno ve cosas distintas. ..
- ¿Creés que estoy loca?
- No dije eso. Digo que tenés que habituarte a los nuevos movimientos y costumbres de un nuevo barrio. Y en ese barrio la gente es de caminar, mirar casas…
- No, no caminan. Se paran en la puerta de esta casa a mirarla fijo o a sacarle fotos. sólo en la puerta de mi casa.
- Estas paranoica, mami.
- No es paranoia. Es lo que pasa.
- Mamá, ya se te va a pasar. Estás durmiendo poco, como siempre. Alimentate y acostate temprano. Cualquier cosa, si esto sigue, me avisás y pido turno con el doctor Pascual.

Ella cortó, indignada.
¿Como iba a llamar a la policía? ¿Qué les iba a decir? ¿ “Unos quinceañeros le están sacando fotos a mi casa”? ¿Será legal sacar fotos a casas ajenas?
Ella recordó que casi todos eran chicos en edad escolar. Tal vez no había que alarmarse. Capaz que estaban haciendo un trabajo para el colegio, de la arquitectura barrial de los años ´40 .Tal vez fueran estudiantes de arquitectura. Tal vez le estuvieran sacando fotos a todas las casas del vecindario. “Tal vez”no: ojalá.

Al día siguiente, en la carnicería, le preguntó al carnicero:

- José, le voy a hacer una pregunta rara… ¿ A usted le sacan fotos de su casa?
- No entiendo- dijo el.
- ¿Se para alguien en la puerta de su casa y le saca una foto a su casa?
- Supongo que si mi suegra sale a la vereda en bikini, sí – rió el hombre
- Ja , muy gracioso- dijo ella
- Disculpe la grosería, doña. No, la verdad que nadie le saca fotos a mi casa. Le falta pintura para que hagan eso…. ¿por qué pregunta?
- ¿Nadie le dijo si hay chicos sacando fotos de casas?
- No…¿ Está bien así, de carne picada?

Fin del tema.
Nadie hablaba de chicos sacando fotos en el barrio. Se hablaba de los inadaptados que dejabaque sus perros hagan sus necesidades en las veredas, de las raíces de los árboles que estaban levantando las baldosas, y de los pibes que compraban golosinas en el kiosko tiraban las envolturas en los jardines. Nada más.
Una tarde en la que estaba en la cocina poniendo agua para el té y escuchando el noticiero en la radio, le tocaron el timbre. “¿Quien será?”, pensó ella. Demasiado tarde para el cartero y demasiado temprano un hijo. Además, los hijos la llamaban antes de venir. Por eso no la llamaban nunca.
Corrió apenas la horrenda cortina a lunares del frente y vio a un grupo de chicos como de dieciséis o diecisiete años, observando la puerta, muy serias . No estaban señalando la casa, ni sacando fotos. Pero miraban fijo a la puerta. “¿La abuela de alguna de ellas habrá muerto acá?” , pensó Amelia. Pero no podía ser, porque los chicos eran siempre diferentes. No podían ser todos nietos de la misma abuela. Ninguna abuela tiene sesenta nietos adolescentes. En eso vio que todo se iban.
“Menos mal, así se dejan de molestar”, pensó ella.
Pero en lugar de aliviarse, sintió una incomoda frustración.


Al día siguiente la visitó Elena a la hora del té. Abrió la puerta con su propia llave y fue directo a la cocina.
-¿Que hacen esos chicos allá afuera?- preguntó Elena, mientras abría un paquete con facturas y las acomodaba en un plato con cuidado, mientras se chupaba el dulce de leche de los dedos
- ¿Qué chicos?- fingió Amelia.
- Cuando estaba por entrar, vi un grupo de chicas y de chicos mirando la casa. Creo que le estaban sacando fotos. Cuando me vieron entrar, cruzaron a la vereda de enfrente.
- Me alegro de que lo hayas visto con tus propios ojos. Le conté a Enrique y cree que estoy loca. – suspiró Amelia, dejándose caer pesadamente en la silla de la cocina.
- Claro que los vi . ¿Y porque Enrique cree que estás loca?
- Le dije que hay chicos sacando fotos de la casa, y me dijo que estoy delirando, y que me va a llevar al doctor Pascual.
-¿Así que los viste otras veces?
- Los veo casi todos los dias.
- ¿Y por qué no les preguntás por qué lo hacen?
Amelia se quedo helada ante la obviedad. No sabía por qué no les había preguntado. O sí sabía.
- No sé. Supongo que es porque si estuviera Roberto, preguntaría él.
- Mamá- dijo Elena, acomodando el plato en el centro de la mesa - Papá murió y vas a tener que empezar a hacer cosas que hacía él. Como hablar con la gente.
- No me animo. Son muchos, siempre en grupo. ¿Y si son patoteros?
- Ay, mamá, preguntar no es nada malo. Es tu casa, y es obvio que te llame la atención que le saquen fotos. Y no parecen chicos malos. Son pibes de secundaria.
-Pero viste lo groseros que son … “Boludo de acá, boludo de allá …”
- Ay , mamá…¡ no te van a insultar porque preguntes por qué le sacan fotos a tu casa!
- No sé. No entiendo los códigos juveniles. Ni siquiera puedo comunicarme con mis nietos. Si por lo menos vinieran a verme, aprendería.
- No los invitás.
- Se la pasan visitando a las otras abuelas.
- Ganales de mano a las otras abuelas. Invitalos vos primero.

Amelia pensó que no le daba la cara para invitar a sus nietos a una casa tan fea.

- Cuando la casa esté pintada, los invito- respondió.

Al salir a despedir a Elena, vio un par de chicos que se sobresaltaron al verlas salir. Elena se les acercó :

- ¡ Ey! ¡Ustedes!¡ Paren! – gritó Elena.
Pero los chicos desaparecieron en la esquina.
- ¿ Me habrán robado algo? – pregunto Amelia , asustada
Elena miró la casa…
- Creo que no le falta nada.
- Sí que falta.- dijo Amelia – Le falta pintura.Y cortinas nuevas.
Elena suspiró y puso los ojos en blanco.
- ¿ Otra vez con eso? Ya te prometí que la vamos a pintar. Tengo que arreglar con Ernesto para que mande a su pintor de confianza. Yo compro la pintura. Te juro que va a ser pronto. Vos andá pensando el color. Pero no me lo pidas ya. Porque con el tema de que los chicos empezaron la escuela y todo, ando a las corridas y no tengo un minuto libre…
- Esta bien , hija, entiendo. La vieja está para lo último, ¿ no?
- Viejos son los trapos.
- Si. Los trapos verdes con lunares rojos que cuelgan en las ventanas , ¿ los viste?¡Me dan dolor de cabeza de lo feos que son!
- Te voy a traer cortinas nuevas, mamá. Prometido.

Elena le dio un beso, subió al auto y se fue. Antes de cerrar la puerta de casa, Amelia vio unos chicos en la vereda de enfrente, medio escondidos detrás de la morera, sacándole fotos a su casa. Juntó coraje, y les gritó, decidida:

- ¿ Qué están haciendo?

Todos pegaron un respingo de susto, se empujaron unos a otros y entre risotadas corrieron hasta desaparecer, ellos también, en la esquina, sin mirar atrás.


Ese domingo se le había pasado volando. Como todos los días. Sola, dolorida, aburrida, cansada, sin nadie que la llamara ni viniera a visitarla. Sólo charlaba un poco con la peluquera, con la vecina de enfrente - la de al lado no, porque dejaba que su perro le ensucie la vereda – y con el carnicero José.
La soledad le pesaba por más que el dolor de huesos. Pensaba en empezar a llamar a sus pocas viejas amigas. Pero no lo haría antes de que sus hijos le pintaran la casa. No quería verlas compadecerse de ella, que había pasado de una hermosa casa a este ranchito, por quedar viuda. “Tal vez muero antes de que pinten esto” , se dijo . Ni siquiera había podido seguir tejiendo el chalequito para su nueva nieta. En la mercería le dijeron que ya no se usa el rosa bebé para las nenas. Ahora las recién nacidas usan lila, fucsia, turquesa , verde manzana . Si empezaba a tejer uno nuevo desde cero, para cuando lo terminara, a la nena ya no le entraría. Ese día no había tenido ganas ni de cocinar. Almorzó un té. Estaba lavando la taza, cuando sintió risas en la vereda. Espió por la ventana y vio un grupo de chicas señalando el techo, la puerta, las ventanas, y las plantas. Otra vez lo mismo, y justo hoy no tenia fuerzas ni ganas de enfrentar a nadie . Pero recordó el consejo de Elena. Y se dijo “No puedo seguir sin saber qué pasa”.
Se acercó a la puerta y puso la mano en el picaporte. “No, no me animo. ¿Y si me burlan o me insultan?”, pensó. En ese preciso momento sintió que sonaba el timbre de la calle, y pegó un respingo del susto. Miró por la mirilla para ver si era otra persona. Pero no, las chicas seguían ahí. Otro timbrazo sonó, insistente.
“Estas caraduras se animan a tocar el timbre”, dijo. Y abrió. Para encontrarse con unas muchachas muy jóvenes que la miraban sonrientes y ansiosas.

- Disculpe, señora. Me llamo Leticia. Vivo acá cerca, y mis amigas y yo queremos saber si nos permite conocer su casa por dentro, sólo un minutito.

La chica lo dijo todo de un tirón como si hubiera ensayado mil veces la frase con sus amigas.

- No chicas, es una casa privada. ¿Por qué quieren conocerla?
- Es que acá vivieron los hermanos Obarrio, que son nuestros ídolos – dijo Leticia.

Las de atrás asintieron con un murmullo:
- Siiii….
Leticia agregó:
- ¿Los conoce? Son los líderes de bacterias.
Amelia la miró extrañada:
- ¿Están enfermos?
Las chicas estallaron en sonoras carcajadas.
- ¡No, señora, son los líderes de “Bacterias”, la banda de rock! - dijo la primera.
- ¿Cómo dijiste que se llaman los hermanos? – preguntó Amelia.
- Obarrio- dijeron todas al unísono.

“ Obarrio” , intentó recordar Amelia . ¿No era Obarrio el nombre de esa pareja que le había vendido la casa?

- Entiendo, chicas – dijo Amelia, sin soltar el picaporte- Pero los Obarrio ya no viven más acá …
- Ya sabemos- dijo una rubia.
- ¡Pero vivieron! - dijo una pelirroja de rulos, desde atrás. Leticia la calló de un codazo.
- Lo sabemos, señora, pero lo importante es saber que Edu y Mauri Obarrio estuvieron en esta casa.
- ¡Claro! – dijeron las amigas.
- ¡Y la extrañan mucho! - dijo otra vez la colorada.
- Si, muchas letras de sus temas hablan de esta casa….¿ No nos dejaría pasar un minutito?
- Por favor, señora…- suplicó la rubia.
- Sea buena…- dijo la pelirroja.
- Entramos y salimos, se lo juro. Es un segundo.- insistió Leticia.
Amelia se quedó observándolas, perpleja.
- No entiendo…¿Qué quieren hacer? ¿Sólo mirar?
- Si, sólo mirar…
- ¿Van a sacar fotos?
- ¿Nos dejaría? – dijo una morochita- ¡Qué divina!
- No- dijo Amelia, por las dudas.
- No importa, no sacamos… ¿Podemos ver?
- Déjenme pensarlo, chicas – dijo Amelia.- Voy a consultarlo con mi marido.
- Si, si. Pregúntele. Nosotras esperamos acá.
Amelia cerró la puerta. Eran sólo siete chicas. Parecían buenitas. Toda la historia parecía muy rebuscada como para ser un cuento chino para entrar a robarle. Tenía sentido que todos se pararan a sacar fotos de su casa, si ese grupo de rock era tan famoso. Era cierto que los Obarrio habían vivido ahí.

- ¿ Qué hago Roberto, las dejo pasar?- preguntó con una voz que hizo eco en el Más Allá

Y le pareció que Roberto le diría “Son nenas, Amelia…Dejalas” .
Amelia abrió la puerta lentamente.
Y las vio a todas de rodillas en el piso, con las manos entrelazadas, rogándole como a la Virgen María :

- ¿ Y? ¿Nos deja?
- ¡ Chicas , levántense del piso! Está bien. Pasen – les respondió- ¡ Pero cinco minutos! ¿ Eh?

Las siete se abrazaron, saltaron juntas y entraron en tropel, agitadas, llenándola de besos y abrazos, diciendo “gracias, gracias, qué buena es, qué amable, mil veces gracias”.

Entraron al living y se quedaron mudas,mirando todo asombradas, como quien entra a una catedral. “Falta que se persignen” , pensó Amelia.

- -Ahhhhh…..Ahhhhhh…¡Era así!

La pelirroja preguntó a Leticia:

- ¿Te la imaginabas así?
- Siiiiii…Tal cual.
- Miraaaaaá esa ventana. Da al pino….
- ¡ Siiiiii!
- “El pino que llena mi ventana / que sigue siempre verde aún en invierno…”- corearon todas, emocionadas.

Leticia miró a Amelia, que seguía helada contra la puerta y le dijo:
- ¿En verdad sigue siempre verde, aún en invierno?
- No lo sé. Me acabo de mudar. Todavía no viví el invierno acá. Pero los pinos suelen ser verdes todo el año.
- Claro… - dijo Leticia, pensativa.
- ¿Podemos ver la pieza de Edu y Mauri?- preguntó la rubia.
- ¿Y qué sé yo cuál es la pieza de Edu y Mauri?- se sinceró Amelia
- ¡ Nosotras sí sabemos! – dijeron todas y corrieron juntas directo al cuarto de tejido.
- No…ése es el escritorio- dijo Amelia acercándose al grupo, con un poco de miedo de que le tocaran sus cosas.
- ¡No, era la habitación de ellos!- dijo la rubia
- No entran dos camas.- dijo Amelia
- Pero sí cuchetas.
- La habitación es la de atrás – dijo Amelia.
- No. Acá dormían. En la del medio ensayaban. – insistió la rubia.
- ¿ Junto al dormitorio de los padres? –preguntó incrédula la dueña de casa.
- Si para que no saliera tanto ruido a la calle.
- ¿ Y qué clase música hacían?- inquirió Amelia.
- ¡ Hacen! – corrigió Leticia- ¡Música celestial!

Amelia miraba estupefacta a las chicas acariciando las sucias paredes y revisándolas como arqueólogas buscando señales ocultas en las grietas de la vieja pintura.

- ¿Podemos abrir los placards?- preguntó Leticia.
- ¿ Para qué?- preguntó Amelia, alarmada
- Para ver algo que dejaron ellos. .
- Ahí no dejaron nada . Sólo hay toallas y sábanas mías .
- Pero hay algo que no se pudieron llevar. – dijo Leticia, misteriosa.

Amelia trató de recordar si había visto una caja fuerte. No, no había nada, salvo que estuviera escondido bajo el parquet. Pero qué podían saber esas nenas. Supuso que cuanto antes se sintieran satisfechas, antes se irían.

- Bueno, abran. ¡Pero no toquen nada!

Los dedos de Leticia se posaron sobre la puerta blanca del placard como quien esta a punto de abrir un alhajero. Las demás contuvieron el aliento, expectantes.

- ¿Lo abro?- preguntó la chica, sádicamente
- ¡ Si, dale, no nos hagas sufrir ! – gimieron todas.

Leticia abrió lentamente el placard de las toallas, sin que Amelia pudiera imaginar qué podría tener de interesante. Todas metieron el cogote adentro y lanzaron un largo “ Ahhhhhh!”

- ¡Acá , en la puerta está escrito clarito “ Edu es el mejor”!
- Y ahí, detrás del estante… fijate si esta lo de Mauri …
- ¡ Si, está! ¡”Aquí pasamos los días más felices de nuestra vida. M y E “! ¡ Lo escribieron antes de irse!
- ¡ Y en la puerta hay un pedacito de “ Sonrisa de sol”, tal como dijeron en la entrevista!
- ¡ Leélo en voz alta, Caro!
- “ Sonrisa de sol / regalame un rayo de tu luz / que le dé calor / a mi tiempo helado…” – leyó la chica pecosa de flequillo, con la nariz pegada a la pared interior del placard .
- “ …todo dolor / es ya pasado / ya no debo cargar esa cruz / y por fin, con tu amor/ tengo mi propio sol privaaaaado”…- corearon todas con alegre melodía pegadiza
- Me muero de emoción…¡Estamos pisando el mismo piso que pisaron ellos!
- ¡ Y estamos tocando sus paredes!

De pronto, la chica de pelo enrulado gritó señalando las cortinas, y tapandose la boca con las dos manos .
“¡Oh, no!”, pensó Amelia, “Hasta ella se dio cuenta de lo feas que son…¡Yo sabía que acá no tenia que entrar nadie hasta que Elena las cambie!”

- Disculpen, chicas. Sé que son un espanto, pero no pude cambiarlas – dijo Amelia, poniéndose colorada.
- ¡ Son las mismas! – dijo la de los rulos.

Se acercó, tomó la cortina en sus manos y la besó. Las otras también se acercaron con devoción y besaron las cortinas cerrando los ojos, como si fuera un peluche nuevo. Balanceándose abrazadas a la cortina cantaron a coro algo así como “cortinas verdes musgo, verde hierba / lunares rojo sol, rojo manzana…”.
Dos de ellas estaban tan conmovidas que empezaron a llorar.

- ¡Esto es muy fuerte!- dijo una de las mas emocionadas- Gracias, señora.
- ¡Gracias, de verdad!- dijo la colorada.
- Disculpe la emoción – dijo la rubia.
- No abusemos de la paciencia de la señora, chicas – dijo Leticia - Gracias por habernos dado tanta felicidad. No la molestamos más
- Pero Leti …- dijo la rubia - ¿ No vamos a ver el jardín? “Mi limonero te espera/ con sus ramas abiertas/ como yo….”
- ¿ Y el patio? – dijo la de flequillo - “ Salté de baldosa en baldosa, sin pisar jamás la raya”
- ¿ Y las fotos ? ¿ No vamos a sacar fotos? - preguntó al colorada .
- No chicas, ya está bien –dijo Leticia - Ya entramos y vimos. Ya está.
- ¿Podemos volver otro día? - preguntó una bajita, de ojos claros, que hasta entonces no había hablado.

Amelia miró esos ojitos suplicantes, aún con lágrimas en las pestañas. Pensó que todas tenían la edad de Gaby. A ella no le hubiera gustado que una vieja loca y solitaria le dijera que no a su nieta Gaby .

- Vuelvan cuando quieran.

Todas le saltaron encima llenándola de besos, abrazos y cariñosos estrujones, algunos bastante dolorosos. Le dijeron que volverían con regalos.
- ¡Dígale gracias a su esposo!- dijo la rubiecita al salir

Y ,al cerrar la puerta, Amelia murmuró para sí : “ Gracias, Roberto”.



Al día siguiente le trajeron flores, bombones, mermelada casera que hacía una de ellas y un chal precioso que otra había tejido en telar. Quien se conmovió esta vez fue Amelia, que recibió todo con lágrimas en los ojos. Y para devolver tanta cortesía, les permitió sacar fotos de la casa.
Lo que no sabía era que la noticia de que se podía entrar a su casa había corrido como reguero de pólvora. Inevitablemente, vinieron las visitas. Todos eran chicos buenos, tranquilos, del vecindario. Muchos de ellos venían con remeras del grupo Bacterias. Pensó que sería injusto dejar pasar a unos y otros no. Así que los dejó pasar a todos.
Luego empezaron a venir de otros barrios. Algunos hacían viajes de dos o tres horas para ver su casa. Uno le traía huevos de su gallinero en La Matanza. Otro, limones. Y otro traía poemas que escribía él. Una tarde vinieron dos con una guitarra a tocar temas de Bacteria en el jardín. Un chico muy tierno era Marcos, que venía desde La Plata y se ofreció a cortarle el pasto del fondo todas las semanas. Pero los padres no lo dejaron venir más, porque decían que por visitar a la abuela dejaba de estudiar. Lo extrañó mucho cuando dejó de ir.
Una chica le regaló un canario y otra le regaló un póster de las Bacterias porque dijo que las paredes estaban muy vacías. Los del barrio venían todos los días. Amelia se hartó de atender el timbre cada cinco minutos y dejó la puerta abierta para que los chicos entraran y salieran cuando quisieran. La mayoría venía para sacarse fotos sosteniendo las cortinas verdes a lunares rojos como si fuera un trofeo. La únicas tres condiciones que ella ponía para poder ver la casa de adentro eran: limpiar el baño después de usarlo – los grandulones meaban afuera del inodoro-, no abrir la heladera y cerrar la puerta al salir el último, a las siete de la tarde.
A las únicas que les permitía que hicieran lo que quisieran era a Leticia, Carola, Melina, Mabel, Luli , Flor y Jackie, las atrevidas de la primera vez. Hasta las dejaba cocinar, mirar la tele, y quedarse hasta tarde escuchando a todo volumen los discos de Bacterias. Las chicas se las ingeniaron para estrenarle la parrilla haciendo un delicioso asadito.
Amelia ya se sabía todas las letras de los temas de Bacterias, y las chicas le habían grabado, muertas de risa, un cassette titulado “Amelia y las Bacterias”. Melina le hacía las compras si estaba muy cansada, Jackie le traía revistas de su casa y Mabel se daba mañana para cortarle el pasto y regar el retoño del sauce que ya tenía brotes nuevos. Flor y Leticia estaban aprendiendo a tejer tan bien que se estaban acabando sus propios pulóveres bajo la guía de Amelia. Sus compañeros las envidiaban por esa suerte de pase libre a la casa de los Obarrio. Las chicas a veces le traían a algún invitado especial que se emocionaba tanto como ellas de entrar en esa casa. Todo eran “Ahhh” , “Ohhhh” y “No lo puedo creer” con cada nuevo visitante que recorría la casa . Las chicas estaban muy agradecidas. Se habían hecho muy populares con las primeras fotos del placard de las toallas, que hasta había salido fotografiado en una revista de rock.
Para fin de año ya estaba peleándose por quién de ellas llevaría a Amelia a pasar Nochebuena a su casa. Todas querían tener ese honor. Para que no se pusieran celosas, Amelia, optó por no ir a la casa de ninguna e invitarla a todas a que se reunieran en su casa después de medianoche. Total, todas vivían muy cerca.
Amelia pasó la mejor Nochebuena sin Roberto que jamás hubiera podido imaginar. A los hijos les dijo que se irñia a dormí temprano. Pero la verdad era que prefería pasarla con las chicas . Amelia hizo pan dulce casero y las chicas trajeron helado que regaron con salsa de chocolate para todas. Y se quedaron charlando con Amelia en el jardín, de cosas de mujeres, mirando los fuegos artificiales y luego las estrellas. Hasta planearon llevarla un día a Amelia a ver un show de Bacterias en vivo en un estadio de fútbol.
El 25 de diciembre Amelia se despertó con los trinos del canario. Le sorprendió ver tantas chicas roncando en las reposeras, a su alrededor, en el jardín bañado por la luz rosada del amanecer. Estaba un poco fresco, así que entró a la casa y volvió mantas, con las que las tapó amorosamente a cada una de las chicas.
El único problema que tenía ahora Amelia era que sus hijos no entendían por qué, de pronto, Amelia se negara a que le pintaran las paredes y las puertas. Tampoco quería que le cambiaran las espantosas cortinas.
Ella prefirió que creyeran que se trataba de demencia senil.

- Mamá, estás mal. No podés vivir así, dentro de esas paredes mugrientas, te estas deprimiendo….
- No te preocupes, Elena. – respondió ella, sonriente - Me están gustando las bacterias.

Viaje al fondo del universo(*)

Tuve una experiencia increíble y quiero que me escuches bien, porque te la voy a contar toda completa. En verdad, desde que entré a la nave espacial, supe que tendría que recordarlo todo muy bien para poder contártelo todo en detalle, de modo que sepas lo que te sucederá cuando te toque a vos hacer el viaje. Por eso presté mucha atención a todo lo que sucedió, segundo a segundo, y quiero que ahora me presten atención a mi, por más cansada que estés.
Imaginate que para mi fue toda una experiencia muy impresionante aquello de atravesar el espacio sideral al doble de la velocidad de la luz. Te aseguro que es muy impresionante dejar el planeta Tierra y emprender esa aventura donde quedás deslumbrada por el repiqueteo de los asteroides al chocar contra tu nave, el destello de los cometas y el brillo de las supernovas.
Te cuento que la primera condición para abordar la nave es hacer muchos estudios que prueban si sos la persona indicada para abordar la nave. Científicos y expertos miran con cuidado los resultados de todos tus exámenes, hablan entre ellos, y finalmente deciden si sos la elegida para abordar la nave o no.
El día del despegue tuve que levantarme muy temprano y esperar en la base, donde todo el mundo llevaba impecables guardapolvos blancos por pasillos de pisos brillosos como espejos. Allí me dijeron que debía esperar mi llamada ante la puerta del fondo. Esperé ante una pantalla de televisor donde un periodista anunciaba el lanzamiento de muchas naves al espacio exterior. No puedo negar que me sentí muy privilegiada de haber tenido esta oportunidad de colonizar otros planetas. Estaba segura de que los resultados de mis exámenes habían impresionado mucho a los expertos, y por eso me tocaba a mí realizar esta experiencia, entre millones de chicos que jamás la harán. .
Un técnico se asomó al pasillo y me llamó por mi nombre.
Luego me hicieron llenar unas planillas en los que te hacen muchas preguntas acerca de si sos claustrofóbica ( si le temés a los espacios cerrados) , tu peso y estatura.
Me hicieron pasar por un vestidor donde tuve que sacarme la ropa y ponerme un traje blanco de astronauta. Se aseguraron de que no llevara absolutamente ningún objeto de metal conmigo, porque podría afectar al magnetismo de la nave y cambiar los resultados de la misión - y me hicieron pasar a una gran sala con luces bajas donde estaba la enorme nave espacial, un objeto que ocupaba toda la sala y era muy moderno.
El sitio de comando estaba tan alto que me pusieron una escalerilla para acceder a él. Luego me pidieron que me acostara en una camilla acolchada, me acomodaron la cabeza sobre una almohada y me ataron todo el cuerpo con unos grandes cintos negros, para que me quedara absolutamente inmóvil durante el viaje. Me dieron unos tapones para tapar mis oídos (pues el estruendo del despegue es tremendo), me desearon buena suerte, y se retiraron todos, cerrando la puerta tras de si.
Yo me quedé sola, muy pendiente de lo que pasaría. Primero me asusté porque no pasaba nada, solo silencio….¿ y si la nave no despegaba? ¿Algo habría fallado?
Luego, no sé si fue mi sitio de comando lo que se movió, o si fue la parte exterior de la nave la que comenzó deslizarse, pero en cuestión de minutos la nave se cerró por completo y quedé dentro de una cápsula donde sentí una vibración que crecía y crecía, lo que me asustó aún más.
Pero traté de serenarme, para disfrutar el viaje.
Primero sentí que la turbina de la izquierda se encendía y hacia un repiqueteo muy persistente. La nave despegó y cuando ya estaba fuera de la atmósfera, se encendió la turbina de la derecha, que impulsó a la nave fuera de la Vía Láctea con el mismo sonido repetido. Una tormenta de vientos solares me acompañó haciendo un rugido a mis espaldas. Atravesé una nube de meteoritos que repiquetearon contra las paredes externas de la nave. Y luego una lluvia de rayos gamma que hicieron zumbir todo delante mío.
La luz de las estrellas era tan fuerte que las veía aun con los ojos fuertemente cerrados.
Al principio pude distinguir las constelaciones que siempre me señalaba el abuelo en el cielo: El Can Mayor, Virgo, Escorpio, Orión…. Pero en segundos atravesé el espacio a tal velocidad que todas las estrellas se desarmaron y me di cuenta de que muchas de las que parecen estar juntas están separadas entre sí por millones de años luz de distancia. No puedo explicarte lo fantástico que fue atravesar galaxias nuevas iluminadas desde dentro por soles que emanan gases de distintos colores. Algunas parecían flores gigantes, como las que tenés en tu jardín, pero con un tamaño colosal, de años luz de diámetro.
De pronto, en un momento, percibí una negrura tan intensa que supe que ahí había un agujero negro cercano. La nave se movió de arriba hacia abajo, y estoy segura de que la fuerza gravitatoria del agujero negro modificó ligeramente mi trayectoria, pero me quedé tranquila sabiendo que los técnicos lo corrigieron desde la base.
De a ratos el espacio se veían sublime, un sitio tranquilo y lleno de paz con un silencio increíble, en el que yo solo escuchaba mi propia respiración. Pero cuando la nave cruzaba otra galaxia, recibía el impacto de meteoritos, coletazos de cometas y vientos estelares que producían ruidos muy fuertes, como de máquinas gigantes, que yo escuchaba pese a tener los protectores de oídos bien colocados.
Uno de estos ruidos me aterró, cuando tuve un incidente muy grande a millones de años luz del Planeta Tierra. Fue que- justo cuando salía de una galaxia que me había inundado de luz fucsia y violeta- , algo chocó contra la nave, y luego sentí un ruido como si estuvieran disparando un arma contra la superficie e mi nave .Fue un estruendo como de ametralladora sin fin, que sonaba cada vez más y más fuerte. Yo sabía que algo o alguien estaba destrozando la capa externa de mi nave, y que capa tras capa estaría llegando hasta el sitio de comando donde estaba yo. Te juro que estuve aterrada durante lo que pareció una eternidad, pero no podía hacer nada al respecto, ni tampoco preguntar nada a la base, que me había pedido que no me moviera para nada.
Recordé de pronto a Diego, mi vecino, que siempre juega al Counter Strike en la computadora, dando y recibiendo disparos de todos lados…¡Si Diego supiera que yo estaba recibiendo disparos de todos lados, como estando dentro de un Counter Strike tridimensional…!
Cuando ya estaba casi resignada a morir en esa batalla galáctica, el ataque se detuvo de golpe y el ruido cesó, hasta quedar nuevamente rodeada de un silencio absoluto, casi alarmante. Seguramente, algo más terrible había espantado a mi enemigo.
La nave estaba inmóvil, flotando en la nada.
Todo a mi alrededor era una oscuridad absoluta tachonada con estrellitas lejanas.
Esperé un ataque mayor, de lago más portentoso, pero no pasó nada.
Estaba segura de que el atacante había destrozado la nave, y de que yo jamás llegaría a destino. “Qué mala suerte haber sobrevivido al ataque” – pensé –“ahora me toca morir de hambre y sed en el espacio.”. Me puse muy triste. Me imaginé flotando para siempre allí, en medio del gigantesco universo, sin que nadie supiera nada más de mi. Pensé en vos, y la pena enorme que tendrías. Segura de que ese era mi triste y solitario fin, por suerte, sentí que una turbina nuevamente entraba en funcionamiento y repiqueteaba su estruendoso ratatatata, que me pareció música a mis oídos… ¡estaba a salvo!
De ahí estuve atravesando a enorme velocidad galaxias en forma de disco y en forma de ganchos sinuosos, galaxias dobles, nebulosas como grandes bolas de luz, y otras como estrellas apiñadas en grupos parecidos a las luces de un árbol de Navidad. No se puede describir con palabras lo inmenso y maravilloso que es el Universo, Natalia. Lo vi tan hermoso que no pude contener la emoción, y me brotaron lágrimas de los ojos, y esos que los tenía cerrados, porque todo eso lo ves cerrando bien los ojos.
Y de pronto, me sucedió lo más increíble de todo: empecé a escuchar que entraba a mis comandos una señal extraña, como un silbido repetido en secuencias iguales. Era una señal inteligente que alguien enviaba de alguna parte del universo. No era de la tierra, porque el mensaje no era hablado: estaba siendo enviado en Código Morse. Al intentar decodificarlo, descubrí que todo el tiempo repetía una serie de cuatro letras: la O…la R…la A…y la M…¿Estaría algún otro equipo científico terrestre estaría pidiendo ayuda? ¿Otro país nos había ganado de mano con el proceso de colonización galáctica? ¿Decían ORAM? ¿Sería algo así como Organización de Reconstrucción Alejada del Mundo?….Me devané los sesos pensando que significarían esas cuatro letras juntas…hasta que al final me di cuenta…¡era tan simple que no lo había descubierto! ¡No era ORAM! …¡ Era amor, repetido una y otra vez durante horas! ”
No tuve ni tiempo de emocionarme con este descubrimiento fantástico, porque el viaje de vuelta a la Tierra se realizó en menos de un segundo, como un latigazo espacial marcha atrás.
Quizás pude haberme quedado dormida, pero todo lo que puedo recordar es que de repente la oscuridad desapareció, y quedé encandilada con la luz que apareció desde la escotilla cuando se abrió la cápsula. El técnico se acercó, me preguntó si estaba bien, y me soltó los cintos que ajustaban mi cuerpo a la cabina. Me dio la mano para ayudarme a salir de la nave, y bajé por la misma escalerilla por donde había subido. Me costó un poco, porque imaginarás que luego de cruzar el universo en la misma posición, estaba algo entumecida.
El técnico me dijo que todo había salido bien, y que en una semana más podría pasar a retirar las fotografías del viaje.
Yo sé que también te toca a vos meterte en estos días a una nave para hacer esta misión a la que llaman de Resonancia Magnética, porque los científicos vieron que tus exámenes salieron aprobados como los míos, para que puedas subir a la nave, así como lo harán Estela, Diego, y alguno otro de las chicos que compartimos este pabellón del hospital.
Pero no le tengas miedo a la nave, Natalia, porque los científicos sólo quieren enviarte por un rato al espacio exterior, para saber si sos tan valiente como para destinarte a vos y a las otras a viajar a galaxias aún más lejanas. Y tenés que saber que, por lejos que te envíen, tarde o temprano vos y yo nos reencontraremos en algún planeta lejano que estemos colonizando. Quédate tranquila, que ese viaje al más allá vale la pena vale la pena. Especialmente ahora que sé que desde el fondo del universo alguien no está avisando lo que hay más allá de todo, todo, todo lo conocido y desconocido es, simplemente, amor.

Unos padres terroríficos (*)

Todo comenzó una mañana de sábado como cualquier otra.
Julio se despertó sintiendo un delicioso aroma a tostadas que venía de la cocina, de donde llegaba el alegre y familiar sonido de las tazas de losa chocando con platos y cucharas, indicando que papá y mamá ya estaban desayunando.
Se restregó los ojos para despabilarse, puso sus pies en sus pantuflas y caminó siguiendo el rastro del perfume a pan caliente.
Nada le gustaba más que desayunar un sábado con papá y mamá.
Era el día en que ellos estaban alegres por tener la mañana libre, contentos de compartir un rato con su hijito. Era el único día en que mamá estaba relajada y sonriente, sin nervios ni apuro para que Julio llegue a tiempo a la escuela. Además, los sábados siempre había algo sabroso y especial sobre la mesa: una mermelada de frambuesa recién abierta, unas pastas recién compradas, unas tostadas deliciosas… Como todos tenían la mañana libre, los tres se quedaban conversando y bromeando antes de que se despertara Lía, la hermanita menor de Julio, que era mucho más remolona, y le interesaba menos levantarse para desayunar en familia.
Pero ese sábado sucedió algo muy raro.
Apenas Julio puso un pie en la cocina, en lugar de seguir conversando como siempre y saludarlo con alegría, papá y mamá lo miraron sorprendidos y callaron súbitamente.
Luego empezaron a hablar de que era mejor recalentar el café, pues se había enfriado.
Julio pensó que tal vez esa vez entró a la cocina justo cuando papá y mamá estaban hablando de problemas de mayores, y que callaron para no preocuparlo. Y de hecho, olvidó ese instante tan extraño, durante meses. Hasta que tuvo que recordar cómo había comenzado todo.
Porque después de ese desayuno todo se enrareció en la casa.
Mamá y papá callaban cada vez que veían a entrar a Julio a la habitación donde hablaban ellos dos solos, en secreto, en voz casi inaudible. A veces, Julio lograba escuchar palabras sueltas que no comprendía para nada.
Sus padres antes nunca cerraban la puerta de su dormitorio. Pero de pronto, comenzaron a cerrarla para que sus hijos no escucharan lo que conversaban. Y además, siempre hablaban por teléfono lejos de donde estaban sus hijos. Como el departamento donde vivían era tan pequeño que no había ningún sitio donde fuera posible hablar en privado, sus padres acababan siempre hablando en el balcón.
El departamento era tan pequeño que apenas había espacio para jugar a ninguna otra cosa que no fuera ajedrez o los naipes. Julio adoraba jugar en sitios al aire libre, pero no había parques en ese sector de la ciudad, y por eso desde pequeño sólo jugaba en el balcón. Ese balcón había sido, para él, un castillo, una piragua indígena, un barco pirata, una pista de esquí y un territorio plagado de dragones.
Julio recordaba que en verano, él y Lía solían llevar jarras de agua al balcón, con las que se salpicaban imaginando que vivían en una casa con piscina. De muy pequeño había intentado recorrerlo en su triciclo, pero en dos pedaleadas lo cruzaba de lado a lado. Y luego de chocar contra el extremo, para regresar, debía levantarlo con ambas manos y girarlo en el aire antes de montarlo otra vez, porque tampoco había sitio para girar. Mamá se asombraba de la perseverancia de su hijo en repetir el proceso toda la tarde. Y también se entristecía, al ver que había tan poco espacio para los cuatro.
El balcón ahora estaba siempre tan repleto de ropa tendida a secar, que ya no servía para jugar. Cuando los hermanos eran muy chicos , había más espacio, pero ahora que usaban ropa más grande y larga, el balcón estaba atestado de ropa colgada para secarse.
Aún con tantos recuerdos lindos del único sitio de la casa donde se veía algo de cielo (además de la ropa del vecino, que usaba unas horribles toallas con caracoles azules), Julio odiaba al balcón, porque se había convertido en el sitio donde papá y mamá hablaban a escondidas. Si no fuera tan preocupante, hubiera sido cómico eso de escuchar a papá hablando bajito detrás de una sábana flameando al aire. Pero para Julio eso era tan irritante como ver a mamá entre toallones tendidos, cubriendo su boca con la mano al hablar a su celular.


Una tarde que papá y mamá dijeron que irían juntos a hacer las compras.
Julio se dio cuenta de que eso era mentira grande como una casa.
Ellos dos nunca compraban nada juntos: mamá iba a comprar leche y verduras, papá iba a la panadería y al carniceria , o al revés, para aprovechar el tiempo.
Lo cierto es que dijeron eso y se fueron juntos, dejando a Julio y Lía con una bolsa grande de papas fritas (de las siempre decían que hacen mal y sacan el hambre) y una pelicula alquilada a los apurones. Julio no pudo concentrarse en la película, pues se dio cuenta de que papá y mamá se demoraban demasiado. Llamó a mamá al móvil y ella le dijo “ya llegamos, lindo, en un minuto estamos allí”. Julio le preguntó a mamá qué estaban haciendo y ella dijo “las compras, como te dije”. Y al volver a casa, ni papá ni mamá traían bolsas del supermercado. Lo que sí traían era algo asqueroso. Ambos tenían los zapatos cubiertos de un viscoso barro negro. Y lo peor de todo es que no explicaron por qué. Respondiendo todo con evasivas, mandaron a los chicos a dormir.
Y Julio no pudo pegar un ojo.


Al día siguiente, al llegar del cole, vio a mamá poner un montón de ropa sucia en el lavarropas. Ropa más sucia que ninguna otra ropa sucia que él hubiera visto jamás.
Julio pasó cerca de ella a propósito y vio que la ropa tenía barro por todas partes
- ¿Por qué ponés esa ropa allí? – preguntó Julio, con afectada naturalidad.
- Porque está sucia…¿no ves? – le respondió mamá, sin mirarlo a los ojos.
- ¿Y que hiciste para mancharte tanto con barro?
- Nada. Me salpicó un coche que andaba por la calle.
- ¿Papá también se salpicó? – insistió Julio.
- ¿Qué, me vas a interrogar? ¡Dale, andá a poner la mesa ya mismo, que es hora de almorzar!
Más tarde, mamá le sirvió la sopa con uñas sucias de tierra negra…como si no hubiera tenido ni tiempo de lavarse bien las manos.

Dos días después, cuando mamá lo llevó al dentista , Julio vio el piso del auto de mamá muy sucio y lleno de terrones de tierra dura. También vio algo rojo que asomaba debajo de su asiento. Se inclinó para ver qué era, y mamá le dijo “¿ Qué mirás? ¡Ponete el cinturón de seguridad , que se hace tarde!” .
Al bajar del auto, Julio fingió que se ataba el cordón de la zapatilla para espiar debajo del asiento, y vio con espanto una pala de mango rojo.
Esa noche tampoco pudo dormir bien. Entonces se levantó y tocó a su hermana en el hombro.

- Lía, ¿estás despierta? – le preguntó a su hermanita.
- Si, Julio, ¿qué querés?
Julio encendió el velador y le dijo:
- Tengo que contarte una cosa.
- Decime.
- Estoy muy preocupado.
- ¿ Por qué?
- Papá y mamá andan en algo muy raro.
- ¿Como qué?
- ¿No viste que se hablan a escondidas, que cuando aparecemos callan de pronto, que se esconden en el balcón para hablar por teléfono?
- Si, lo noté. Pero noté algo más horrible aún....
- ¿Qué notaste vos?
- ¡Que siempre tienen las uñas sucias de tierra!
- ¡Oh, por Dios, qué alivio me das! ¡No sólo yo lo vi!
- ¿Y vos que viste?
- Mamá lleva una pala en el coche.
- ¡No me asustes! – dijo Lía
- Si, lleva una pala escondida. Y dice con papá que van a hacer las compra pero… vuelven sin compras …¡y embarrados!
- ¿Ves? ¡Están tramando algo!
- ¿Como qué?
- Mirá, no me animo ni a decirlo…ni a pensarlo…Debe ser horrible. Si no lo fuera, nos lo habrían contado. Pero no nos dicen nada.
- ¿Qué vamos a hacer entonces, Lía?
- Nada- dijo su hermanita, suspirando con tristeza- Dormir y esperar que todo esto sólo sea una pesadilla, y que acabe pronto.

Pero en vez de acabar, todo empeoró.



Papá y mamá seguían hablando en secreto, escapándose juntos y diciendo mentiras.
Cuando Lía o Julio preguntaban algo, cambiaban de tema y hablaban demasiado, para que ellos no volvieran a preguntar nada.
Hasta un día Julio descubrió en un armario una pala enorme llena de tierra.
Ya no le quedaba muchas dudas de lo que hacían sus padres. Sólo le asombraba no encontrar gotas de sangre en el tapizado del coche de mamá. Ni en los jeans de papá.
Un día mamá pareció preocupada por su hijo:

- Julio, no tocaste tu plato en tres días…¿ qué te pasa?
- Nada
- ¿No tenés hambre?
- No, mamá. Se me fue.

Esa noche Julio vio los zapatos de papá con una costra enorme de barro seco en el baño. En la cocina había un balde lleno de agua sucia, porque adentro había unas ojotas embarradas de mamá.
Papá y mamá fingían normalidad. Pero con esas uñas siempre negras, no engañaban a nadie. No quedaba ninguna duda. Papá y mamá cavaban fosos en la tierra , en laguna parte. La pala y el pico siempre estaban en el coche o aparecían escondidos en diferentes lugares del departamento: en la cocina, la bañera, o el balcón.
Seguramente, sería cuestión de días para que los descubriera la policía. No es posible enterrar cadáveres con tanta impunidad. Tarde o temprano los encontrarían.
- Lía, debemos denunciarlos a la policía.
- ¿Estás loco? ¡ Son nuestros padres!
- Si no lo hacemos, seremos cómplices de la cosa espantosa que están haciendo…
- ¡Pero no fuimos nosotros!
- Yo ya no quiero vivir mas acá, con dos padres asesinos.
- ¿Y adónde vas a ir?
- No sé… a lo de la abuela, o a un orfanato. Pero esto de que nuestros propios padres lleven una vida siniestra es algo que ya no soporto.
- Entonces, decíselo a ellos.
- ¿Estás loca? ¡Me van a matar!
- No lo creo. Puede que maten a otros, pero no a nosotros.- Lia se quedo mirando el mantel de la mesa - A nosotros nos quieren…creo yo.- dijo revolviendo el azúcar dentro de un tazón de leche…que minutos después volcó en la pileta , porque tampoco pudo tragar.

En la escuela a Julio los compañeros lo veían desganado y callado. La maestra le preguntó si estaba enfermo, porque lo veía demacrado. “No estoy durmiendo bien”, dijo él.
Al llegar a casa mamá quiso apartarle un mechón de pelo de la frente con una caricia. Tenía otra vez los dedos llenos de tierra. Julio se apartó, asqueado. Y mama rió diciendo:
- ¡Ah,qué cosa, mi bebé está creciendo y ya no quiere que mamá lo mime!

En la noche de viernes Julio decidió, finalmente, huir de su casa.
No sería cómplice de las atrocidades que sus padres estaban haciendo.
Puso un buzoen su mochila, sus libros favoritos, su juego portátil de ajedrez, sus naipes y sus útiles escolares, y la puso al pie de su cama. No sabía dónde refugiarse, pero estaba demasiado cansado para pensarlo ahora. Así que se fue a dormir, pensando en huir antes del amanecer.

Julio despertó al escuchar ese familiar entrechocar de tazas entre el aroma del café y de tostadas fragantes que venía de la cocina. “¡Oh, no! ¡Papá y mamá ya están despiertos y no me voy a poder a escapar!” , pensó. Y decidió confesarles todo, y decirles de una vez que los había descubierto. Se puso las zapatillas- ya que es difícil huir en pantuflas-, se acercó a la cocina donde papá y mamá cuchicheaban. Y odió con toda su alma que se callaran súbitamente al verlo a él.
- Buen día, hijo
- Papá….Mamá – dijo Julio con vos temblorosa, tratando de no echarse a llorar – ¡No quiero vivir más acá!
- Si, ya nos dimos cuenta de que descubriste todo…- dijo papá, sonriendo de oreja a oreja.
- Es que vimos tu mochila preparada al pie de tu cama… ¡huyamos todos de esta ratonera ya mismo! - dijo mamá, exultante de alegría.
Julio los miró con los ojos tan abiertos y redondos como dos platos de café, sin comprender nada.
- Despertála a tu hermana , que ya nos vamos – dijo papá
Julio fue a despertar a Lía, temblando como una hoja.
- Lía, levantate que tenemos que huir. Prepará tus cosas. Papá y mamá quieren escapar antes de que llegue la policía.
Subieron los cuatro al auto y salieron de la ciudad a toda velocidad por la autopista.
- ¿Adónde vamos? – preguntó Lía, aún algo dormida.
- Ya van a ver – dijo papá.
Entraron por una callecita secundaria por donde a veces Julio hacía carreras de bicicleta con sus amigos y atravesaron una hilera de arboles grandes antes de aminorar la marcha frente a un portal de piedra y madera.
Julio y Lía estaban sentados muy juntos hundidos en su asiento, sin animarse a mirar afuera.
- Cierren los ojos ahora- dijo papá
Julio empezó a temblar de pánico, seguro de que los llevarían a esconderse en un sótano oscuro donde nadie los encontraría jamás. O quizás querían mostrarle dónde habían enterrado los cadáveres, para que supieran finalmente la verdad de todo lo que habían hecho en los últimos tiempos.
Cuando el coche se detuvo, papá y mamá dijeron:
-Ahora salgan, pero con los ojos bien cerrados.
Julio sentía que sus piernas no le respondían. Pero salió, porque es muy difícil desobedecer a dos padres terroríficos.
Los hermanos bajaron muy pegados, y al poner los pies en el suelo sintieron bajo sus suelas que no era pavimento, sino césped.
Papá y mamá dijeron:
- Ahora abran los ojos.
Julio se encandiló con la luz del sol. Y cuando sus ojos se habitaron a la luz, no vio siniestros montículos de tierra removida en un pastizal abandonado. No era un cementerio antiguo, ni una fosa en una zanja pestilente. No era un bosquecillo oscuro, no se veía sangre por ninguna parte, ni estaban en un sótano oscuro.
Los cuatro estaban de pie en un hermosísimo jardín florido, rodeando una piscina de agua límpida, en cuya superficie los destellos del sol brillaban como diamantes. Había flores de todos los colores: capullos rosados a la derecha, flores colgantes amarillas trepadas a un ciruelo en flor, campanillas azules sobre un cerco, y rosas blancas trepando la pared de una casa que parecía salida de un cuento de hadas.
Y hasta donde llegaba la vista, se extendía un césped de color verde brillante, como nuevo y recién brotado.
- ¿Dónde estamos? – preguntó Lía
- ¡En nuestra nueva casa! – dijo mamá – Este nuestro regalo para ustedes.
- ¿Nuestra nueva qué? – dijo Lía
- Vamos, no disimulen que algo sospechan, al vernos hablar en secreto - dijo mamá.
- Si, y al vernos tan embarrados de trabajar en este jardín – dijo papá
- Queríamos que fuera una sorpresa…- dijo mamá- ¡Se ve que no somos buenos ocultando cosas!
Julio estaba mudo.
- ¿Nos vamos a mudar acá? – preguntó Lía, con ojos brillantes- ¿Voy a poder hacer fiestas, nadar en la piscina, tener perritos y gatos, y jugar a la pelota en el jardín?
- Claro que sí, hijita – dijo mamá
- ¡Qué hermoso, mamá! ¡Soy feliz!– dijo Lía abrazándose a su madre, que no paraba de reír.
- ¿Y vos, Julito, que opinás? – preguntó papá
Julio intentaba con fuerza ordenar sus pensamientos.
- Que…pues…que no puedo creerlo.
En verdad, ese jardín era como un sueño hecho realidad.
Pero en vez de sentirse alegre como todos los demás, Julio se sentía muy extraño.
- ¡Vamos, alegrate, hijo!- dijo papá .
¿Alegrarse, así, de golpe? No, no podía. Y por más que lo intentaba, Julio no podía dejar de pensar en qué parte de todo ese hermoso jardín papá y mamá habrían enterrado a todos los cadáveres.

Una sorpresa para Marta(*)

No, no hace tanto tiempo. Fue solo anteayer cuando Marta pasó el día entero con Sonia.
Sonia estaba llorando. Marta no soportaba ver a nadie llorar. Y menos a Sonia, a quien siempre se la veía tan fuerte y arrogante…¡ era perturbador y extrañísimo verla llorando a mares, con sus hermosos rojos inyectados en sangre y su linda nariz colorada como un tomate!
Marta no era amiga de Sonia. En verdad., Sonia ni siquiera tenía amigas dentro de la clase. Sonia era de esas chicas populares que solamente tratan con aquellos que les rinden pleitesía. Tenía amigas, pero en otro curso, todas mayores que ella. Pero cuando Marta la vio llorando en el baño a mediodía, al terminar las clases, y le preguntó qué le pasaba y si precisaba ayuda, Sonia parecía realmente sola y acongojada. En ese instante, Sonia lloró más fuerte aun y se abrazó a Marta. Marta se sintió halagada, como con la sensación de que podría serle útil a Sonia. Era increíble, que ella pudiera salir a la ayuda de la chica más fuerte y orgullosa del grupo. Bien sabia que a Sonia sus amigos no la querían nada. Decían que Sonia era una arpía, maligna y chismosa. Pero en medio de tantas lágrimas, Marta la veía realmente abandonada y vulnerable. De maldad, nada.
Marta pensaba que aunque no aprecies a alguien, en un momento de dolor, alguien que sufre es alguien que precisa tu ayuda, y que merece consuelo. Y a ella le daba mucha pena ver a Sonia así de derrumbada, como luego supo, porque el grupo de las grandes le acababa de dar la espalda porque una de ellas estaba ofendida con Sonia por algo que ella no alcanzaba a comprender. “Yo no hice nada….¡ me acusan injustamente!”, repetía Sonia, secándose las lágrimas en el hombro de Marta.
Marta le sugirió a Sonia que se lavara la cara con agua fría, y le aseguró que la acompañaría adonde tuviese que ir .Salieron del colegio, y caminaron lentamente. Sonia se tomaba del brazo de Marta como temiendo caerse por el camino.
- ¿Te acompaño a tu casa? – le pregunto Marta
- - No, no quiero ir a casa.
- ¿Venís vos a la mía?
- - No, no quiero que nadie me vea con esta cara – dijo, mientras ocultaba su rostro congestionado detrás de una cortina de lacio cabello dorado.
- Esta bien. Vamos a la plaza y te compro un helado para que se te pase la tristeza.
Marta estuvo todo el día acompañando a Sonia y escuchando sus historias incomprensibles acerca de intrigas entre un grupo de amigas de nombres que se le mezclaban, porque no conocía a ninguna de ellas.
Marta estaba preocupada pensando que a esa hora tendría que haber ido a devolver el libro de Historia en la biblioteca, que no llegaría a tiempo a su clase de francés, y que su madre se preocuparía. Pero Sonia aún estaba muy trastornada como para quedarse sola. Y Marta se dijo “bueno, ya que estoy haciendo la buena acción del día, y la voy a hacer hasta el final”. Al final del día, Marta se sorprendió viendo que estaba compartiendo horas muy intimas con Sonia, que la final era mucho más débil y humana de lo que los demás pensaban. Y en cierta forma se sintió orgullosa de haber descubierto la veta sensible de Sonia. Llegó a pensar que si ella era capaz de rescatar lo mejor de Sonia, quizás podría demostrarles a todos que Sonia podía unirse al grupo del curso, que podía convertirse en una buena amiga. Y también podría desmostrarle a Sonia que hay gente buena que podría escucharla y ser su amiga, en lugar de ese grupo de grandes engreídas que acababa de despreciarla.
Ese encuentro en el baño de chicas no había sido casual. Sonia se había cruzado en su camino para que ella pudiera mostrarle como es ser amigo de verdad, siendo solidario con el otro y dándole una mano en un momento difícil.
Pensando esto, Marta tuvo de repente una idea genial para cambiarle la cara a Sonia . Sin dudar en darle esta alegría, le dijo:
- Sonia, este sábado festejo mi cumpleaños en casa y quiero que vengas.
- ¿ Yo? ¿A tu cumple?
- Si, Sonia. Sé que al principio te vas a sentir rara , porque nadie de los que invito son de tu grupo, y en verdad no te aprecian mucho porque…no te conocen . Pero quiero que te conozcan y sepan quién sos . Quiero que tengas la oportunidad de sumarte a nuestro grupo. Somos buena gente, ya vas a ver.
Sonia alzó sus ojos claros tímidamente.
- ¿Estás segura de que querés que vaya a tu fiesta?
- Claro que sí. - dijo Marta, pensando por un segundo como haría para que Sonia fuera aceptada en el grupo. ¿Y si la mitad de sus amigos se enteraba y decía “si ella va yo no voy”? Bueno, la decisión ya estaba tomada.
Marta la acompañó a Sonia hasta su casa, ella la despidió e la puerta saludándola con la mano, y en la hora de viaje de regreso a su casa, Marta estuvo dudando si habría hecho lo correcto o si había ido demasiado lejos con esa invitación, conmovida por la situación. Pero ya era tarde para arrepentirse.
Se reunió con sus amigas a organizar la fiesta y no tuvo el coraje de avisarles que había invitado a Sonia. Solamente tuvo coraje para llamar a David, el chico que más le gustaba, para recordarle que no faltara a su fiesta. El le dijo que no se la perdería por nada de mundo y Marta sintió que tocaba el cielo con las manos. Sin ninguna duda, David era el mejor chico de todos. Y ella soñaba con el día en que él se animara a acercarse y a pedirle que fuera su novia. Esa noche no pudo dormir pensando en el momento en el que viera entrar a David en su propia casa…¡ Ese sería el mejor regalo de cumpleaños de todos! .
En la mañana del sábado, sus amigas llegaron para aturdirla con la decoración de la casa. Armaron sandwiches, hicieron pochoclo, pusieron las bebidas en la heladera y flores en las mesas y, cuando todo estaba listo, todas fueron a vestirse y a ponerse hermosas.
Marta se había comprado un vestido negro y zapatos nuevos especialmente para esa noche. El vestido tenía unas cadenitas plateadas al costado, que le daban un toque sensual y sofisticado. Y los zapatos eran verdaderamente preciosoa, con un broche metálico que hacía juego con las cintas del vestido. Cuando sus amigas la vieron, le dijeron “ ¡Waw , Marta!¡Parecés otra! ¡Estás sensacional!” Mientras sus amigas atendían a los invitados y servían las bebidas, ella se delineó con cuidado los ojos, se hizo rizos en el pelo, se puso su mejor perfume y sólo cuando se vio realmente preciosa, salió a saludar a todo el mundo. Todos la miraban asombrados y le decía que jamás la habían visto tan bella. Pero a ella no le importaba lo que opinaran todos. Porque sólo estaba pendiente de ver entre los invitados a quien más quería ver: a David. Ya había pensado si él no tomaba ninguna iniciativa, al menos ella podría pasar el resto de su vida pensando, feliz, que “ en este mismo sofá se sentó David en mi cumple” . Y con eso, ya se sentiría dichosa. Pero en el fondo, también sabía que lo que ella quería era deslumbrar a David, que él se enamorara perdidamente de ella, que la tomara de la mano, la mirara a los ojos y le dedicara una de sus preciosas sonrisas, solo para ella.
No quiso preguntar a sus amigas si David había llegado, para que no empezaran a reírse de su enamoramiento, y recorrió toda la casa buscándolo con los ojos. Había tanta gente que se consoló pensando que si llegaba a venir Sonia, sus amigas ni notarían su presencia y no le reprocharían nada.
Como no lo veía por ningún lado, cada vez que sonaba el timbre ella corría a ver si era él.
Luego de recibir a más amigos y amigas, sin que David llegara, Marta empezó a sentirse muy inquieta. Cuando ya no aguantaba más, le preguntó a sus amigas si David había llegado.
- Por supuesto que si …¿qué? ¿no lo viste?¡ Hace como una hora que está por aca!- le dijeron .
Marta recorrió casi corriendo toda la casa,la cocina, cada cuarto, el patio y hasta el jardín. Había gente riendo por todas partes, Y fue allí, bajo las estrellas, que vio el pelo ensortijado de David detrás de las ramas de un arbol…¡ que emoción enorme!.
Pensó en ir directo a reprocharle que no la hubiera saludado.
Después de todo, era su cumpleaños y él ni se había preocupado en ubicarla en el gentío. Pero en vez de eso, resolvió taparle los ojos para que adivinara quien era ella. Eso era buena idea : tener un pretexto para tocarlo la entusiasmaba más que ninguna otra cosa . Caminó hacia él lentamente, y cuando estaba a la distancia justa para taparle los ojos por la espalda, él giró la cabeza y la miró. “Qué lindo que es”, pensó Marta, conteniendo el aliento .Pero vio algo muy extraño pegado al rostro de David. Tardó un segundo en darse cuenta de que era una mano con uñas pintadas de rojo brillante. Y detrás de la mejilla de David, vio asomar el rostro triunfante de Sonia, sonriendo de oreja a oreja. Estaba realmente bella, con su largo pelo rubio cubriéndole la mitad de sus ojos color del cielo. Sonia estaba muy pegada a David. En verdad, él la estaba tomando por la cintura. Cuando Sonia la vió, dijo: “¡Marta, qué sorpresa! .Qué buena está la fiesta , ¿eh? … Le conté a David lo amable que fuiste el otro día conmigo…¡En verdad , con los dos, pues gracias a tu fiesta, nos acabamos de conocer!¿Donde lo tenías escondido, nena?” Y dicho esto, Sonia tomo la cara de David con las dos manos y le estampó un beso en la boca. Y siguieron los dos besándose como si Marta no existiera.
Marta caminó marcha atrás, para alejarse de los dos, y se fue directo a la cocina, a lorara sobre los vasos para lavar.No volvió a salir al jardín .En el living, intentó fingir que la pasaba bien, sintiendo que este era el peor cumpleaños de su vida.
No le contaría nada a sus amigas, sabiendo que ellas le reprocharían lo idiota que había sido por creer que Sonia merecía compasión o amistad. No le diría nada a nadie de lo que había pasado , porque todas le dirían que David es un imbécil, y ella tampoco creía eso.
Ella sentía que estaba metida en el cuento ese del escorpión que ayuda a la rana a cruzar el río, y luego le clava el aguijo y le dice “esta es mi naturaleza, debiste haberlo sabido” .

Un día muy especial(*)

Este era un día distinto a cualquier otro. Pero Tomás no quiso ilusionarse con que este día le depararía nada especial, aunque en el fondo él quería que fuera especial. A esta altura de la vida, él ya sabía que si uno se ilusiona mucho, también se desilusiona muchísimo, y él no era un chico que aceptara tranquilamente una frustración. Por eso, apenas se despertó, pensó sabiamente “veré qué me trae este día”. No era un mal día, ya que era un sábado soleado. El canto de los pajaritos le llegaba por la ventana entreabierta, y los pajaritos no cantan con tanto entusiasmo si el día está nublado. Por suerte, su primo Nico se había quedado a dormir. Nico era divertido y travieso, y Tomás nunca se aburría con él. Así que ya se les ocurriría qué hacer juntos.
Un rayo de sol dio justo sobre la nariz de Tomás, indicando que ya era hora de levantarse. Tomás se restregó los ojos con los puños cerrados, bostezó como un hipopótamo, se quitó las colchas de encima, y con los ojos todavía cerrados, se sentó en el borde de la cama. Sintió de pronto urgentes ganas de ir al baño, así que buscó con los pies sus zapatillas que había dejado en alguna parte debajo de la cama. Encontró una y se la calzó como una pantufla. Cuando a tientas encontró la otra y puso su pie adentro, sintió algo frío que se movía dentro de ella, lo que le hizo abrir los ojos de inmediato.

- ¡ Ahhhh! – gritó Tomás, viendo espantado a una víbora verde deslizarse por el piso, en dirección a su escritorio, debajo de cual desapareció.
-
Con una sola zapatilla en el pie, salió corriendo del cuarto llamando a sus padres.

- ¡Socorro! ¡Mamá, papá! ¡Hay una serpiente en mi cuarto!

Mamá abrió la puerta de su cuarto, asombrada, y le preguntó:

- ¿Qué te pasa, hijo?
- ¡Una serpiente!¡ Una víbora! ¡Salió de mi zapatilla!
- ¿Como puede ser? ¿Y donde está?
- ¡En mi habitación!
- - Hijo, acá no hay serpientes …
- ¡Pero yo la vi, te lo juro! ¡Llamalo a papá para que la mate!
- No hace falta, vamos a ver los dos….
- ¡Ni loco vuelvo a entrar a mi cuarto!
- Está bien, entro yo sola…¿ para donde se fue?
- Fue desde mi cama al escritorio… ¡ Tené cuidado , mamá!

Tomás se quedó en el pasillo temblando como una hoja, y mamá entró, decidida, a su cuarto.

- Tomás ya revisé todo tu cuarto de lado a lado y no hay nada.
- ¡No puede ser!
- No grites , que lo vas a despertar a Nico …
- ¡Te juro que la vi! ¡Hasta la toqué con mi pie! ¡Era fría, áspera y…asquerosa!
- Tal vez todavía estabas soñando …
- ¡No mamá, creéme!


Mamá sonrió, lo abrazó y le dijo.

- Bueno, por suerte ya no está ahí, se habrá escapado por la ventana. Ahora bajá a prepararme un rico desayuno que en un minuto estoy con vos pero primero terminá de vestirte.

Tomás entró a su cuarto muerto de miedo. Tomó la zapatilla que le faltaba con dos dedos, la miró por dentro, y salió corriendo del cuarto, no sin antes cerrar la puerta detrás de él. Bajó las escaleras con una zapatilla, y solo cuando estuvo abajo e todo se sentó en el último escalón y se puso la zapatilla que le faltaba. Entró a la cocina, todavía agitado por el susto.

- Mejor hago unos huevos y unas tostadas…ya se me pasará el susto – se dijo.

Abrió el cajón de los cubiertos, y sacó cubiertos para los cuatro: papá, mamá, él y Nico . Puso café en el filtro, agua en la cafetera, encendió la cafetera y miró la mesa de la cocina:
- ¿Qué me falta? Ah, claro: tazas, platos, manteca….¡ y tengo que hacer los huevos!

Abrió la alacena para sacar tazas y platos, y sacó una taza, dos tazas…pero cuando iba a tomar la tercera taza, vio una patas peludas y negras trepando a su mano…

- ¡ AAAAAHHHH! –gritó Tomás, espantado. Soltó la taza que se hizo trizas en ele suelo. Y vio a la araña escapar apuradísima hasta salir por la ventana hacia el patio.

Escuchó el ruido de la ducha arriba. Mamá estaba duchándose y no habría escuchado su grito., Y papá y Nico seguían durmiendo. ¿Valía la pena avisarle a mamá que había visto al araña más gigantesca del mundo, solo cinco minutos después de haber visto una serpiente en su zapatilla? Mamá creería que estaba loco, o que aún seguía soñando despierto. Así que resolvió dedicarse a lo práctico: a hacer el desayuno.
Armó la mesa y sacó un sartén de un estante. le puso un poco de aceite, y abrió la heladera para sacar los huevos. Lástima que en el compartimiento de los huevo vio algo que lo dejó helado. Entre la blanca hilera de huevos redondo, había un ojo grandote que lo observaba. Un ojo de verdad, con unos tendones chorreando sangre…adentro de la heladera. Tomás se tapó la boca con las dos manos, para no gritar y para no vomitar, y cerró la heladera de un portazo. El corazón le latía con tanta fuerza que estaba seguro de que se escucharía en toda la casa y todos se despertarían con sus palpitaciones. Pero nadie se despertaba.
Decidido a no intentar preparar los huevos, llevó una simple lata de galletas a la mesa, un frasco de mermelada, y abrió la lata para que estuviera lista para que todos se sirvieran cuando se dignaran despertarse y bajar a desayunar. Pero cuando la abrió, de adentro de la lata salió algo que primero le pareció a Tomás una hoja de árbol seca, torcida sobre si misma. Pero la hoja seca se trepó al borde de la lata , le mostró dos ojitos diminutos y una breve fila de dientes, y en medio de una mueca maliciosa se lanzó a volar , y despareció por la ventana …¡ era un murciélago! Tomás nunca había visto un murciélago tan cerca, pero mucho menos había visto uno en una lata de galletas. A Tomás le parecía que se estaba volviendo loco. Sintió la boca pastosa, y se quiso servir juego de un envase de cartón. Pero cuando tomó el envase sintió un peso desigual de algo sólido, que rasguñaba las paredes del envase. Volcó el envase con cuidado sobre el vaso y de él salió un gordo y pesado sapo. Tomás no supo si le dio más asco que miedo, más miedo que sorpresa, o más sorpresa que susto. Porque cuando uno quiere tomar jugo de naranja lo ultimo que imagina es que va a ver un sapo en su vaso. Arrojó el vaso con sapo y todo a la pileta de la cocina. Pero él seguía con la boca seca, y no se animaba a servirse agua de la canilla por miedo a ahogar al sapo. Entonces decidió abrir un envase de leche, que por suerte estaba fuera de la heladera. Estaba cerrado, no le traería sorpresas. Sin embargo, al servir la leche sobre su vaso, del envase salió sangre a borbotones.
Tomás se sintió mareado. Todo le daba vueltas, y sintió naúseas.

- ¡Mamá! – gritó Tomás
- ¡Ya voy, hijo! – dijo mamá.

El no estaba dispuesto a quedarse un segundo más solo en esa cocina embrujada.
Así que si el murciélago y la araña se habían escapado al patio, él haría lo mismo. Buscó la llave de la puerta del patio con manos temblorosas dentro de la frutera sobre el estante alto. Pero al tomar las llaves, una rata se subió a sus dedos. ¿Una rata, en la inmaculada cocina de mamá, que no dejaba que entrara ni una mosca? Espantado, Tomás pegó un salto hacia atrás, volcando una silla, que golpeó el cartón de jugo, que cayó al piso dejando un charco de sangre en la cocina.
¡Tanto que le gustaba a Tomás leer relatos de terror, y ahora estaba viviendo uno de ellos, justo esta mañana que todos parecían haberse olvidado de él, y nadie lo ayudaba!
Con la mano temblorosa, le pareció que tardaba un siglo en embocar la llave en la cerradura. Además, le resultaba dificilísimo meter la llave en la cerradura, porque tenia los ojos casi cerrados, ya que no quería ver ninguna otra cosa espantosa.
Finalmente la llave hizo “clic” y la cerradura cedió y se abrió. El salió de un salto afuera cerró la puerta, y justo en medio del patio vio una caja de zapatos, cerrada. Qué raro… ¿ quién dejaría eso ahí? Pensó que era algo que había olvidado Nico. Se agachó, curioso, levantó la tapa….¡ y mil asquerosas cucarachas salieron corriendo de adentro de la caja en todas direcciones!
Tomás cayó de espaldas, aterrado, y en ese momento preciso no vio más nada: un trapo negro lo envolvió y un montón de manos le golpeaban la espalda.
¿Qué está pasando? ¿Me volví loco? ¿Me están secuestrando? Luchó como pudo y pataleó en todas direcciones para librase de esa oscuridad. Sintió que se ahogaba, no entendía qué estaba pasando. Giró sus brazos con toda su fuerza y rodó por el suelo, enredándose cada ve más entre los pliegues de la tela, hasta que por fin vio una luz entre los pliegues y dirigió su cara hacia allí. Empujó con todas sus fuerzas hacia esa luz, y en un segundo vio que el trapo se levantaba. Tardó un poco que sus ojos se habituaran nuevamente a la luz, y se vio rodeado de personas, entre las que pudo distinguir la cara de su primo Nico .
- ¡ Eh, Tomás! ¡ Qué susto! ¿Eh?
Tomás no podía creer que Nico se estuviera riendo. Detrás de Nico, estaba mamá con el pelo mojado, riendo también, sosteniendo algo en las manos. Y también papá se reía, y tenía otra cosa en la mano.
- ¿Qué les pasa? – gritó Tomás - ¿No vieron lo que me pasó?
Mamá se acercó a Tomás, le acarició la cabeza y lo abrazó…
- ¡Feliz cumpleaños, hijito! – le dijo mamá, besándole la transpirada frente
- ¡Feliz cumpleaños,Tomás! – le dijeron papá y Nico.
Tomás los miró helado, mientras ellos le entregaban paquetes llenos de moños. El todavía estaba sentado en el piso, en medio de la frazada arrugada que le habían tirado encima.

- ¿Ustedes se volvieron locos? ¿De que se ríen? ¡Había una tarántula en la alacena, una rata en la frutera, un ojo en la heladera, sapos en la leche, sangre en el envase de jugo, un murciélago en la lata de galletas, cucarachas en esta caja …!¡Uf!
- Ya sabemos, ya sabemos. Todo eso lo organizó Nico con sus mascotas. Vos sabés que es loco por los bichos.

Tomás miró a Nico con odio, y se le lanzó encima dispuesto a golpearlo.

- ¿Como pudiste…?
- Pero Tomás…¿No sos fanático de los cuentos de terror? Quise que en tu cumpleaños vivieras tu propio cuento de terror …
- Pero …¡estuve en peligro!
- No, Tomás: la culebra era inofensiva, la rata y el sapo son mis mascotas, la araña no picaba, puse témpera roja al envase de jugo y un ojo de vidrio en la heladera…¡ y lo que me costó juntar esas cucarachas… y atrapar al murciélago!
- ¡Pero fue la peor mañana de mi vida! – dijo Tomás, furioso.
Nico lo abrazó y le dijo:
- Vamos, fue todo un chiste de tu primo travieso…¿me perdonás?
- No lo sé.- dijo Tomás- Vas a tener que esperar que me reponga del susto. ¿Era necesario aterrarme así?
- ¿Sabés qué? De una cosa estoy seguro: uno se olvida de muchos cumpleaños en la vida. Pero de este cumpleaños no te vas a olvidar nunca más.
- Ya lo creo- , dijo Tomás, lanzándole por la cabeza la caja de zapatos a su primo, riéndose bajito.
Luego se abrazaron, y salieron juntos a divertirse.
Y fue cierto que Tomás olvidó muchos cumpleaños.
Pero justo de ese, no se olvidó jamás.